Hace 15 días (ya!?) celebramos la boda de mi amigo Alberto Maestre, ("el Judío") con Adrienne Stinson. En realidad se casaron hace más de dos años, pero lo hicieron en Canadá y no hubo fiesta, así que Cazcarra organizó un fin de semana largo en los Pirineos. Resulta que la familia Cazcarra proviene del valle de Chistau, en Huesca, entre Monte Perdido y el Valle de Arán. Así que nos pudimos alojar en las casas montañesas de Gistaín y Biadós.
Los Maestre-Stinson, Manu y Sandra y la también canadiense Allison salieron en Ave desde Madrid a mediodía con tiempo para visitar Zaragoza, mientras que Iris, Lezana y yo lo hicimos más tarde; Cazcarra y Belén condujeron desde Teruel y Jaime (Artista) tomó un tren en Barcelona.
En Zaragoza nos encontramos todos y alquilamos un coche, ya que solamente en el Cazcamóvil no cabríamos los 11. Iris, Alison, Alberto, creo que Jaime y yo fuimos en el coche de alquiler conducido por Cazcarra, y felizmente cruzamos los Monegros, llegando al Pirineo bien entrada la noche. Lo único que podíamos distinguir del paisaje eran los túneles cortados a pico, de geometría indescriptible. Al fin llegamos a Gistaín, o Chistén como dicen en el lenguaje propio del valle: el chistavino.
La primera noche la pasamos en la casa de la familia Cazcarra, donde vivía su abuela hasta su fallecimiento hace algunos años, y que hoy está dividida en dos viviendas; ocupamos las dos. Se trata de casas de poca superficie, de dos plantas, con una estancia amplia en la baja y minúsculas habitaciones y baño en la alta. Y qué bien se duerme en ellas. Aire fresco, silencio, cálida madera... Lástima que los albañiles venían a las 9, porque habría dormido hasta mediodía.
Levantarse y mirar por la ventana era la felicidad pura:
Este día lo dedicamos a aprovisionarnos y festejar tranquilamente la unión de nuestros amigos, para lo cual Cazcarra nos llevó a la cabaña que un hermano de su padre ha construido (con sus manos) en una senda que lleva a montes aún más altos.
Antes de llegar, por cierto, nos enseñó el Puen Pecadó (creo que es así, significa el Puente del Pecador), un puente sobre un cañón por el que pasa el río embravecido, así llamado porque en la Edad Media tiraban a las brujas y los herejes. De esto no hay foto, porque semejante espectáculo no puede ser capturado bien con una cámara. Lo pensé cuando estaba allí y decidí fijarlo muy fuerte en mi memoria y prescindir de imágenes y demás herejías.
El sitio al que íbamos es esto:
Y desde allí se veía esto:
La hierba llegaba hasta las rodillas, el aire de la montaña es embriagador por su pureza y su frescor, el viento mecía las copas de los árboles pero a su través calentaba el sol primaveral, y allí estaba yo con varias de las personas a las que más quiero.
Comimos caldero del Mar Menor con alioli, cortesía de Manu, Alberto, Luis y Jaime (espero no dejarme a nadie, porque estaba buenísimo), regado con numerosos vinos, cerveza, patxarán de verdad y aguardiente, y como era de esperar nos emborrachamos alegremente. Por suerte, Artista se había traído la guitarra y varias tablaturas, y estuvimos toda la tarde cantando canciones españolas y latinas. Fue una noche muy feliz, en la que hice judo por encima de mis posibilidades, asamos unas cuantas patatas y carbonizamos el resto, reímos mucho y dormimos a pierna suelta.
Al día siguiente, después de recoger la fiesta, tocaba una pequeña caminata (unos 7 km) hasta el refugio que gestionan los mismos tíos de Cazcarra (curiosamente, en este valle hay tantos Cazcarra que a esta rama de la familia no la llaman Cazcarra). Nos ayudó para afrontar el paseo una suculenta tortilla que nos hizo Artista para desayunar. En la subida pudimos ver un rebaño de vacas, con un buey enorme; un búnker de la época de la Guerra Civil; un campamento de verano, en este momento vacío, para colegios y esas cosas; un rebaño de ovejas y unas vistas espectaculares.
Después de alcanzar el refugio retozamos un poco por la hierba, comentando la noche anterior y disfrutando del sol, que hoy pegaba más fuerte que ayer. Había un montón de aves, casi seguro buitres, y estoy bastante seguro de haber visto un águila real, pero no puede encontrarla con los prismáticos porque teníamos que comer. Y comimos un montón y muy bien y repusimos fuerzas para bajar de nuevo.
La noche anterior y la caminata nos habían dejado rendidos, y al llegar a casa, en el pueblo, el cual por cierto visitamos rápidamente (pues es diminuto), la gente estaba bastante poco animada. Por suerte, yo en mi astucia había traído una botella de licor café, lo cual, combinado con que en ese momento entregamos un regalo a los novios, sirvió para reanimarnos. Les regalamos una tablet, que esperamos que sea de utilidad, así como un juego de mesa llamado Samurai Sword que le recomiendo a todo el mundo. He de decir que a pesar de que no nos regalaron con su presencia, sí participaron en el regalo Valma, John Wayne, Diego y el Belga.
De nuevo la guitarra fue invocada y bien usada, y a pesar de que las chicas fueron cayendo una a una y retirándose a sus aposentos, pudimos probar el juego nuevo, y cuando ya solo quedábamos los ingenieros despiertos nos jugamos un mus a cuatro reyes (cosa que Luis anhelaba desde hace tiempo).
Al día siguiente nos fuimos temprano y nos dio tiempo de visitar Aínsa, un pueblo bastante turístico justo antes de las montañas:
Por fin alcanzamos Huesca, de donde salía el tren que cogeríamos Iris, Luis y yo. Allí comimos los once en un restaurante chino donde no hablaban nuestro idioma. El resto se fue tras abrazos diversos y nos quedamos los tres paseando un poco por Huesca (que es pequeñica) y disfrutando de los últimos momentos de un fin de semana para no olvidar.
Como dijo Cazcarra con el vaso en alto: "Para que esta no sea 'aquella vez' sino 'la primera vez'".