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lunes, 21 de noviembre de 2011

El papel higiénico

Iluso de mí, yo en mi soberbia creía que el tema del que quería hablaros era original, mas no es así. El asunto en cuestión es  la correcta disposición del rollo de papel higiénico en su soporte. El enlace anterior es a un blog que expone con multitud de ayudas visuales lo que se puede resumir en esta imagen:

no es tan difícil

En fin, refrenado mi entusiasmo al respecto, sólo puedo añadir que la solución presente en algunos hogares de tener el rollo en vertical, en algún lugar cabe el inodoro, es una, con perdón de la expresión, mierda. Las razones que me mueven a afirmar tal cosa son que el cilindro pierde mucha estabilidad, máxime cuando está próximo a agotarse, con lo que es propenso a caer y rodar por el suelo del baño; que se requiere de ambas manos para dispensar una porción adecuada al uso personal (y tal vez la otra mano la tengamos en uso, sosteniendo un álbum de Astérix, por ejemplo) y que (y esta es una razón empírica y no sintética) se crea una tendencia a no recoger los rollos ya usados, incluso jugando con los sentidos dejando en el cartón un par de láminas de papel que no sirven ni para proverbialmente limpiarse el culo.

Señores y señoras (o señoritas), un poco de seriedad. Todos sabemos que la citada "solución" no es más que un truco para no cambiar el rollo. Seamos sinceros al respecto.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Dio

Hay veces que empiezas a oír una canción, o bien lleva sonando un rato, y de repente te das cuenta de que la voz del que canta te está atrapando. Hay algo en su timbre, en su modulación, en qué se yo, que te atrae inexorablemente.

Yo tengo esa sensación casi cada vez que oigo la voz del difunto Ronnie James Dio (1942-2010). Algunos de mis lectores conocerán al bajito vocalista de Rainbow, Black Sabbath y DIO de primera mano; a los que no les animo a escuchar alguna de estas canciones: Holy Diver o Heaven and Hell, por ejemplo.

Ronnie no tenía unos pulmones poderosos como los de Ian Gillan (Deep Purple) ni una variedad de registro como Rob Halford (Judas Priest), y eso sólo hablando del jevi; si nos metemos en la música en general estoy seguro de que habrá mucha gente que sabe más que yo del tema que podrá criticarlo en profundidad.

Pero hay algo en su manera de cantar que me transmite energía. Es esa carraspera que no tiene, ese grito que nunca estalla... Tal vez esa contención, que hace pensar que hay mucho más debajo... Da la sensación de que cuando Ronnie James Dio cantaba, lo estaba sintiendo profundamente.

Además, inventó lo de los cuernos en los conciertos

lunes, 14 de noviembre de 2011

El mejor plano de la historia del cine

Predator (1987) nos deja, entre otras cosas, la mayor demostración de masculinidad absurda que un macho mononeuronal pueda imaginar en una borrachera de Mahou y carajillos. Cuando Dutch (Arnold Schwarzenegger) se encuentra a su colega Dillon (Carl Weathers, y sí, lo he tenido que buscar), al que hace tiempo que no veía, la cámara se detiene un segundo en su viril saludo:


La escena es tan ridícula que trasciende todas las calificaciones, da la vuelta a la escala y sale por el otro lado convertida en una especie de maravilla moderna. ¿Fue este plano casual, y gustó tanto al director que optó por dejarlo en la peli? ¿Está estipulado en el contrato de Schwarzenegger cuánto y cómo se tienen que apreciar sus músculos? ¿O alguien pensó, alguien planeó esto? Vaya iluminado.

En cualquier caso, esta imagen me obnubila por completo. Como una vez leí en una crítica de Filmaffinity, "una puta obra de harte".

martes, 8 de noviembre de 2011

Bicharraco

El otro día iba por Madrid sumido en mis pensamientos cuando algo llevado por el viento se quedó prendido en mi chaqueta. Resultó ser un saltamontes enorme. Inspirado por el gurú Denis Calle y su bella costumbre de fotografíar primero y después preguntar, le saqué esta foto con una referencia de tamaño apropiada (no le iba a poner un euro, lo mismo me lo roba el colega).


¿Son normales estos saltamontes en la ciudad?

sábado, 5 de noviembre de 2011

India

Hace cosa de un mes viajé a la India con mi hermana. El motivo principal de este viaje era visitar a mi novia, que está trabajando en Ahmedabad (se lee "amdabad"), en el estado de Gujarat.

El trayecto fue Madrid-Zúrich-Bombay-Ahmedabad, largo y agobiante, sobre todo para mi hermana que padece cierta claustrofobia. Nada más llegar al aeropuerto de Bombay comenzamos a percibir la diferencia que hay entre ese país y todo lo que conocíamos. Los dos hemos visitado con nuestros padres gran parte de Europa, y ella ha vivido un año en Italia, así que estamos acostumbrados a ver cosas diferentes... Pero la India es una locura.

Lo primero que notamos es que todo olía a comida, desde el momento en que salimos del finger y entramos en la terminal. Sobre todo, a curry. Luego constatamos que aunque el inglés es idioma oficial, de hecho lo hablan bastante mal y con un acento curioso (vaya, como Koothrapali en Big Bang Theory), con lo que la comunicación dejaba bastante que desear. Después nos sorprendimos con las numerosas y redundantes medidas de seguridad que tienen en el aeropuerto. Está aquello lleno de soldados pidiéndote el pasaporte cada vez que das un paso, y un control de equipajes cada dos por tres.

Pero nada de ello fue comparable a salir a la calle, recibir un golpe de calor (debía haber una diferencia de 20 grados con el interior de la terminal), verse aturdido por los focos y por decenas de conductores de rickshaw  y taxis pretendiendo llevarte donde sea, por no decir unos tipos vestidos de traje con identificaciones dudosas ("am erport personal, ser, don guorri") que insistían en que la terminal doméstica (donde debíamos coger el avión Bombay-Ahmedabad) estaba cerrada a esas horas de la noche y que nos llevaban a la zona de hoteles para que pasáramos la noche.

Bueno, eso que nos decían era mentira, pues la terminal no cierra, y se trataba de un burdo pero bastante efectivo intento de llevarnos a un hotel en el que les pagaban comisión. No sería tan grave si en la zona hubiera algún tipo de señal, indicación, o persona de fiar. Pero todo el que no te intentaba sacar los cuartos básicamente era un soldado que pasaba de todo.
güich cauntri?

Después de muchas vueltas y llegando ya a la terminal doméstica tuvimos la suerte de cruzarnos con un chico indio que trabaja en Barcelona y que nos abordó al oírnos hablar español (lengua que domina a la perfección). Él también estaba de viaje y nos acompañó, nos llevó a cenar y nos ayudó en los controles subsiguientes a lidiar con los indios que sólo hablaban hindi (madre mía...). Luego resultó que a él le habían cancelado el vuelo y tuvo que comprar otro a las 3 de la mañana y cambiar otra vez de terminal y la de Dios. Así empezábamos a darnos cuenta de cómo se las gastan en la India.


Se llamaba Munazir Ahmed Mohammed, de lo cual deduzco que debía ser musulmán. Se portó de cine y nos invitó a visitarle en Barcelona, cosa que espero poder hacer.

Seguiré relatando nuestras aventuras indias en otra entrada.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Reseña: Top Ten

Este artículo apareció originalmente en el blog de lectura De libro en libro.


Imagina una ciudad completamente poblada por superhéroes. Todo el mundo, desde los niños a los ancianos, tiene algún tipo de poder o habilidad, un alter ego rimbombante y un uniforme adecuadamente extravagante. Imagina lo difícil que tiene que ser gobernar una ciudad como esa, qué tipo de leyes se tienen que redactar, y cómo se las verán los policías de la misma para conseguir que se cumplan.

Con esta interesante premisa arranca Top Ten, serie limitada del genial Alan Moore (Watchmen, V de Vendetta), acompañado por el dibujante Gene Ha y Zander Cannon como bocetista. No hay que dejarse engañar por la ambientación, pues si uno conoce un poco la obra de Moore se da cuenta de que es un maestro en el tratamiento psicológico de sus personajes, y que se aleja de los tópicos en los cómics de superhéroes.

Porque en Top Ten no nos encontraremos con las típicas aventuras de Spiderman, Batman u otros clásicos del género, donde un supervillano con un plan rocambolesco quiere dominar el mundo o acabar con nuestro protagonista. No, en esta obra nos encontramos con el cuerpo de policía de Neópolis persiguiendo a traficantes de drogas, proxenetas, violadores o prostitutas… todos ellos ‘centihéroes’, monstruos, villanos o incluso dioses. Alan Moore sabe recoger todos los elementos visuales y llamativos de los superhéroes y utilizarlos para contar una historia ramificada, considerablemente madura y profundamente real. Y lo hace sin perder el sentido del humor, si bien bastante irónico (marca de la casa).

La estructura del argumento me recuerda a la serie de televisión americana The Wire (aunque esta es posterior al cómic), porque los casos, en general, no se resuelven en un capítulo, sino que se desarrollan a lo largo de todo el tomo (que equivale a los 12 números en los que originalmente se publicó), mezclándose con otros sucesos. Puede que un policía sea retirado de un caso para atender otro, puede que en un crimen en concreto no se avance nada, pero puede que otro sea trivial y no lleve apenas tiempo. Vamos, como en la realidad. Sólo que en la realidad los agentes no miden dos metros y medio, son azules e invulnerables; o “hablan con Satán”; o son capaces de disparar electricidad por la cabeza o volverse intangibles. Pero, y esto es otro punto que comparte con The Wire, los mismos agentes son increíblemente ricos en matices. Y profundos.

Tenemos a Irma Geddon, una señora de unos cuarenta y cinco años cuyo marido está en el paro, que se enfrenta a los delincuentes con una armadura estilo Iron Man. Tenemos a Robyn Slinger, una joven recluta que tiene que compaginar la novedad de trabajar de policía con cuidar de su padre enfermo, mientras intenta llevarse bien con su compañero, Smax. Este último, que propició un spin-off, me parece uno de los personajes más previsibles: el grandullón malencarado y fuerte que, en el fondo, no es mal tipo, pero no lleva muy bien lo de expresarse y ser sensible. De todas maneras, es real (el mundo está lleno de gente así), y a mí me encanta.

Está también el sargento César, que es ¡un dobermann!; o Bob “A Ciegas” Broker, un taxista con “sentidos zen”; la minoría étnica de los robots (algunos se adaptan e incluso entran en el cuerpo de policía, otros viven en ghettos)… Un sinfín de personajes y situaciones divertidas, y que satisfacen porque son creíbles sin ser manidas.

Los entendidos encontrarán numerosas referencias y guiños a otros tebeos. Por ejemplo, es enormemente divertido buscar en los fondos de las viñetas, en las que abundan anuncios, transeúntes y otros detalles de clara procedencia (un cuadro cubista en casa de una policía que representa a los Cuatro Fantásticos o una valla publicitaria que dice “No te gustaría verme desnudo. Pantalones Gamma, tela irrompible”). Y una mención especial merece el asunto de la ‘plaga’ en la casa de Mrs. Bodine, y el cacao en el que desemboca: “Si reunes suficientes cientianimales […] las cosas empiezan a crecer. Se te dispara un crossover de crisis y guerras secretas…”

En conclusión, Top Ten es un cómic de superhéroes, pero con un guión a la altura de muchas películas de policías, o una serie de detectives, pero con el frescor de los tebeos de superhéroes. Y a quien le guste, le recomiendo también la precuela Top Ten: Forty-niners, del mismo equipo creativo.

Vanidad

Hace ya un tiempo que venía queriendo hacerme uno de estos. Si no había ocurrido ya es por dos razones: una, la más poderosa, es la pereza; otra, la más sutil, es una especie de vergüenza. Una sensación extraña que me decía que quien escribe sus pensamientos en Internet se mueve en el fondo por el orgullo de decir lo que los demás tienen que oír. Esto es, una suerte de clase magistral con una temática basada, un poco, en sus huevos.

Supongo que se puede ver de otra manera, y es que necesitamos expresarnos y que nos escuchen, que haya comunicación y comprensión. Pero para que esto suceda deben darse un par de condiciones: que la conversación sea interesante y que sea en ambos sentidos.

No sé si a alguien le resultará interesante lo que yo tengo que decir, pero me veo envuelto en una obsesión por compartir mis experiencias y lo que pienso de ellas, desde las más cotidianas a las más excepcionales. Espero que este objeto de moda que es el blog sea menos las plumas del pavo real, y más las antenas de la hormiga.