Páginas

jueves, 8 de marzo de 2018

Brindo por las mujeres

Mi abuela Toni, licenciada en Filosofía y Letras en los años más duros de la historia de España, me enseñó a ser cariñoso.
Mi abuela Mimí, que anda por la vida rompiendo moldes, me enseñó a ser alegre.
Mi madre, que nunca se ha arredrado ante injusticias de ningún tipo, mucho menos las machistas, me enseñó a escuchar.
Mis tías, que no se saltan un cumpleaños, me enseñaron a ser generoso.
Mi hermana, que se sacude los cánones patriarcales con un vaivén de la cabeza, me enseñó a ser valiente.
Dana, que nunca pierde la sonrisa, me enseñó humildad.
Marta, que forja su propio camino y no se ciñe a patrones, me enseñó a despreocuparme.
Eli, que navega un mar de egos masculinos con pulso firme, me enseñó a convencer sin alzar la voz.
Iris, que se deja la vida en cada cosa que hace, me enseñó a probar el mundo, a ser paciente y a no acomodarme.

Por ellas y por muchas más, feliz día de la Mujer.

domingo, 4 de marzo de 2018

Enzo en la jungla



El fin de semana pasado, Saktish organizó un viaje a Endau Rompin, un parque nacional al norte del estado de Johor en el que me encuentro. Y hasta ahora no he tenido ni un momento para relatar una de las experiencias más bonitas e intensas de mi viaje. 

Saktish me recogió a las cinco y media de la mañana del sábado, puesto que el trayecto hasta el parque es de unas tres horas. En el coche iba también Amirul Fahmi, otro chaval de Dyson, y luego recogimos a "Fred" Wong (su nombre real es Hang Hua, pero es costumbre entre los chinos escoger un nombre occidental para relacionarse con occidentales), que es el jefe de Saktish. El viaje fue bastante bien, con algo de lluvia tropical, y algo de Camarón de la Isla (le regalé a Saktish La Leyenda del Tiempo, para que conociera algo de lo más pintoresco de nuestra música patria).

Después de llegar a las lindes del parque y tramitar la burocracia para poder acceder, nos recogió un 4x4 que nos llevó a una zona de la jungla acondicionada para visitantes, que es donde pasaríamos la noche. Nos llevó un buen rato, por una carretera bastante accidentada y con numerosos charcos. Al poco de llegar al campamento se puso a llover a mares, por lo que recuperamos algo de sueño con una buena siesta.

en una casita como esta estábamos nosotros
Llovió durante un buen rato, y se nos hizo un poco tarde para andar por la selva, con lo que optamos por otra actividad: un pequeño rafting por el río. Además, previamente, los guías del parque nos enseñaron un poco de la cultura aborigen: una cabaña con varios utensilios y un murciélago muy alterado por la visita, y una cerbatana con la que nos hicieron una demostración. La cerbatana me llamó mucho la atención, por ser muy larga (más de un metro) y extraordinariamente precisa. El paisano clavó el dardo en el puro centro de la diana, pero incluso nuestros inexpertos intentos fueron muy prometedores. Los propios guías eran también aborígenes, que en malayo se dice orang asli (literalmente "hombres originales"), y solamente hablaban malayo. Hoy en día, la mayoría de orang asli viven de rentas de tierras que el gobierno malayo les concedió como medio de ganarse su favor en momentos complicados de la historia del país. Teóricamente, son étnicamente distintos de los malayos malayos (coño, es que es un lío, me refiero a los nacionales que no son ni chinos ni indios), pero yo no pude apreciar diferencias muy llamativas, o que no pudieran ser particularidades del individuo.

Entre la cerbatana y el rafting, el cual, por cierto, estuvo muy bien, tuve mi primer encuentro con una sanguijuela, que son muy frecuentes en la jungla, especialmente después de llover. Las malditas pachat acabaron siendo las protagonistas del fin de semana...

Después del río, de una ducha y una cena, Fahmi, Saktish y yo nos dimos un pequeño paseo (abortado ante la miríada de sanguijuelas), pero lo más interesante vino por la noche, cuando el guía nos llevó por esa misma zona y vimos un pequeño camaleón y una enorme polilla.


Al día siguiente, el orang asli vino a recogernos temprano, machete en ristre, para llevarnos hasta una cascada río arriba. Este paseo fue lo más impresionante de la visita: un camino serpenteante, subiendo y bajando entre luces y sombras, sorteando árboles extraños, vadeando arroyos, agarrándonos a cuerdas para no perder pie en la escurridiza tierra de un naranja intenso, sorteando estrechas cornisas y parando cada cinco minutos a quitarse las pertinaces sanguijuelas. Las sanguijuelas son legión en el suelo húmedo del interior de la jungla, especialmente en las zonas con hojarasca. Son rápidas, son tercas y son resistentes a pisotones; de hecho es probable que aprovechen la coyuntura para trepar por tu zapato. Cuando están en el camino, se ponen de pie, muy erguidas, y otean el horizonte, agitando el otro extremo en todas direcciones, no sé si oliendo, sintiendo el calor o viendo a su presa. Al sentirte, se dirigen hacia ti con una determinación terrorífica, moviéndose de una manera que sería ridícula si no fuese tan rápida y si no tuviese como fin chuparte la sangre. 

He de decir que, pese a todo, no tuve tan mala fortuna con ellas. Llevaba unos tenis viejos y unos calcetines más viejos todavía, rociados de antimosquitos, lo cual ralentizaba el avance de los gusanos vampíricos una vez se habían aferrado a mis zapatos. No así Fahmi, que llevaba unos zuecos de esos de plástico, y  cada poco tenía que quitarse cinco o seis de cada pie. Y el aborigen, que iba en CHANCLAS, debía haberse frotado los pies a conciencia con tabaco, porque no parecía tener mucho problema con ellas. 

Sanguijuelas al margen (y que conste que por lo menos, ni duelen ni pasan enfermedades, ni son más que un incordio asqueroso), el paseo fue precioso. Los verdes de los bosques tropicales tienen una cantidad abrumadora de matices, como una lima que ha madurado más por un lado que por otro. La vegetación es exuberante, y parece que los árboles tengan una reserva infinita de energía y recursos, de tan grandes que crecen, y tantas ramas y raíces que echan. El paisaje, cada vez que salíamos al río, era de película, y daba para hacer cientos de fotos. La temperatura debía oscilar los treinta grados, y la humedad era cercana al cien por cien, y tardamos un par de horas hasta llegar a la cascada en cuestión, así que me di un baño que me supo a gloria.

Aquí con Saktish y mi camiseta empapada
Estuvimos un rato largo en la cascada y luego emprendimos el regreso. A medio camino de vuelta, el guía nos ofreció llevarnos a otra cascada, cosa a lo que accedimos. Esta ruta era toda por la rivera, a menudo vadeando el río, con lo cual nos libramos de los pequeños monstruitos durante ese trayecto. En esta otra poza ya nos bañamos los cuatro (el guía no se mojó ni los pies, curiosamente), y pasamos otro rato muy agradable.


Ya terminando la excursión, me di cuenta y me congratulé del hecho de que nuestra comitiva estaba compuesta por cinco personas, de cinco etnias diferentes, con cinco diferentes creencias religiosas. Qué queréis, me hacen gracia estas cosas.

Próxima entrada: ¡Singapur!