En Semana Santa, Iris y yo pasamos tres noches en Lisboa, en casa de mi madre. No escribí una entrada al respecto porque ¡aún no tenía en mi poder las fotos! Por suerte, ya las tengo, así que ahí vamos.
Salimos de Madrid el primer sábado de vacaciones, en un autobús que se retrasó una hora (para salir, que llegar llegamos bien) con un conductor muy majo y una pasajera conflictiva y gilipollas. Por suerte, sus gilipolleces no fueron a mayores y a la hora prometida estábamos en la estación de Oriente de Lisboa.
Aunque la capital de Portugal sólo tiene medio millón de habitantes, es enorme en extensión, y de la susodicha estación a la casa de mi madre en Bairro Alto hay como unos 11 km. Así que cogimos un metro, y luego un taxi conducido por un señor al que debían sobrarle diez años para la jubilación, que se perdió unas cuantas veces y que apenas podía sacar las maletas del maletero sin ayuda... Pero bueno, nos dejó en la puerta de casa.
Allí nos esperaba una agradable sorpresa, por un lado porque la vivienda es preciosa (con vistas a la Assembleia da República, muy luminosa, muy diáfana, y sin tele), por otro porque Javi Cerviño (que había estado con su familia porque su hermano acaba de conseguir trabajo en Estoril) nos había dejado una caja de bombones y una nota de bienvenida y recomendaciones. Después de situarnos , nos dimos un garbeo por la zona, brujuleando por las callejuelas empinadísimas del Bairro Alto, pasando por la plaza Luis de Camões y hasta la cervecería esa que antes era una abadía, a Trindade. Como había una cola del quince sólo nos tomamos una birra en el preámbulo y para fuera, pero no me dio tanta pena perderme la experiencia porque tenía pinta de ser un clavo. En cambio, fuimos a cenar a uno de esos sitios enormemente cutres y deliciosos de Portugal, de los de azulejo, mesas de pupitre, poco sitio entre comensales, sopas de verduras y platos a rebosar. Increíble. Creo recordar que se llamaba Casa da India, por si alguien quiere apuntárselo. Rúa do Loreto. Claro que sitios como este son lo que abunda en Lisboa. Hay que dejarse los prejuicios en casa y simplemente guiarse por la afluencia local.
Al día siguiente, domingo, tocaba visitar Belém. Como queda un tanto lejos, decidimos desayunar fuerte y no comer, aprovechando que nos habían recomendado, tanto mi madre como Javi, el Pão de Canela, una cafetería famosa por su bufé libre de desayuno. Bua. Nos pusimos como curas entre miles de bollos, el exquisito café portugués, fruta, mermeladas, zumos... ¡los portugueses son de buen diente!
Total que nos fuimos a coger el tranvía (carísimo) que nos llevase a Belém bien entrado el mediodía. Nos bajamos donde el Monasterio de los Jerónimos, por supuesto, cabe donde tenía lugar un mercadillo muy portugués, con bagatelas y chirindrangas. Nos dedicamos a pasear por el mismo y vagar disfrutando del efímero buen tiempo, parando finalmente para dibujar el monasterio en nuestras libretas Moleskine. Así nos las gastamos.
En fin, lo visitamos por dentro y por fuera, nos cayó una granizada tan absurda como corta y luego nos dirigimos al Centro Cultural, que básicamente es un museo de arte contemporáneo. Cosa que yo no digiero muy bien que se diga. También nos dio tiempo a acercarnos hasta la Torre, aunque no entramos porque ya habíamos estado ambos y sabemos que no tiene ningún interés por dentro. Porque está vacía. Por último, para finalizar el pack del buen guiri, nos tomamos uno de los famosos pasteles de Belém, aunque no en el sitio al que va todo el mundo sino a otro que nos recomendó mi madre. Los pasteles están ricos, pero teniendo en cuenta el nivelón que presentan los lusos en la repostería, no son para tanto.
Salimos de Madrid el primer sábado de vacaciones, en un autobús que se retrasó una hora (para salir, que llegar llegamos bien) con un conductor muy majo y una pasajera conflictiva y gilipollas. Por suerte, sus gilipolleces no fueron a mayores y a la hora prometida estábamos en la estación de Oriente de Lisboa.
que si bien es de Calatrava, no es horrible |
el office de la mio ma, de revista |
yo en cambio también |
Al día siguiente, domingo, tocaba visitar Belém. Como queda un tanto lejos, decidimos desayunar fuerte y no comer, aprovechando que nos habían recomendado, tanto mi madre como Javi, el Pão de Canela, una cafetería famosa por su bufé libre de desayuno. Bua. Nos pusimos como curas entre miles de bollos, el exquisito café portugués, fruta, mermeladas, zumos... ¡los portugueses son de buen diente!
Total que nos fuimos a coger el tranvía (carísimo) que nos llevase a Belém bien entrado el mediodía. Nos bajamos donde el Monasterio de los Jerónimos, por supuesto, cabe donde tenía lugar un mercadillo muy portugués, con bagatelas y chirindrangas. Nos dedicamos a pasear por el mismo y vagar disfrutando del efímero buen tiempo, parando finalmente para dibujar el monasterio en nuestras libretas Moleskine. Así nos las gastamos.
yeah |
Después de esto nos volvimos andando all the way back to home, lo que fue un paseo considerable. Ya no quise hacer más que cenar, ver una peli (la de Criadas y Señoras, muy buena, oigan) y sobar, e Iris fue comprensiva conmigo.
Un viaje que le recomiendo a todo el mundo, cuando tenga un puente libre pero no haya billetes interesantes de Ryanair.
lo cual teniendo en cuenta lo que nos esperaba al día siguiente no es tan raro
El lunes seguimos la siguiente ruta: Mirador de São Pedro de Alcântara, Praça do Rossío, Alfama, Castelo de S. Jorge (donde no entramos porque costaba más que cenar), Catedral (al lado de la cual comimos, entre otras cosas, el famoso bacalao lisboeta), Praça do Comércio, las largas calles de la Baixa, el elevador de Santa Justa (aunque subimos andando porque había una cola infinita), las enrevesadas calles de Bairro Alto otra vez, y a casa. En la Baixa nos tomamos un cafelito en un local muy interesante, de estos que conjugan cafetería extravagante con tienda de ropa barateira, llamado A Outra Face da Lúa. Muy recomendable, con buen servicio y, por supuesto, una tarta de manzana estupenda. En Rossío nos encontramos con unas turistas viguesas (desconocidas), bajando del Castelo pegamos la hebra con un chico de Guinea-Bissau que tocaba el xilófono de manera alegre y ambulante, y en lo alto de Santa Justa nos hicimos sacar una semella:
luego me dicen que Madrid es todo cuestas. Toma castaña |
Al día siguiente ya tocaba tirar para Vigo y pasar el resto de la Semana Santa en casa, amén de celebrar algún que otro cumpleaños, pero antes de eso nos fuimos al jardín botánico, que parece una selva de lo frondoso y salvaje que está. Lo que queríamos ver específicamente, de nuevo recomendados por Cerviño, era el Borboletario (mariposario en español). Por ser la época del año que era, no estaban muy activas, pero pudimos observar unas cuantas orugas gordechas y una mariposa cuya especie he olvidado pero que se camufla como una hoja, además de algunas Papilio machaon revoloteando. Fue una experiencia curiosa, sobre todo porque no nos esperábamos que las mariposas estuvieran vivas.
o que los árboles fueran tan riquiños! |
Un viaje que le recomiendo a todo el mundo, cuando tenga un puente libre pero no haya billetes interesantes de Ryanair.
Para mí viaje muy recomendable,Lisboa una ciudad preciosa,en la que estuvimos los dos con dos meses de diferencia...
ResponderEliminarTuvimos algo en común,el retraso,el vuestro de una hora,el nuestro de ocho horas en el aeropuerto de Ranón,nos íbamos de Viernes a Domingo,y el viernes lo perdimos enterito...Sábado y Domingo aprovechamos al máximo...
Comparto tú opinión sobre los pasteles de Belém,yo como buena "guiri" los comí en el sitio típico,nada del otro mundo,os hubiese recomendado la entrada al Castillo de San Jorge,sobre todo por las vistas!!!Con carnet de estudiante no se queda a mal precio...
Mi último párrafo lo dejo en que es una ciudad a la que quiero volver...Una ciudad llena de encanto...