Como todos sabrán, esta semana fallecieron David Bowie y Alan Rickman a la misma edad de 69 años, de sendos cánceres, por supuesto. Dos iconos londinenses de la música y el cine y el cine y el teatro respectivamente, cuyas muertes (sumadas a las de Lemmy, de la que acabo de hablar) dejan a uno preocupado por la salud de Michael Caine, Ian McKellen, Judy Dench o Richard Attenborough, entre otros.
Nunca fui fan de David Bowie, por desconocimiento más que por otra cosa. Mi recuerdo más vívido de él es el de la película Labyrinth, donde lo cierto es que emana un magnetismo surrealista que supongo que es lo que todo el mundo admira de él, con razón.
De Alan Rickman, sin embargo, siempre he sido admirador desde que lo vi en Robin Hood (la de Costner), donde se hace dueño y señor de la pantalla, dando un soberano repaso al protagonista y superando también con creces a un Morgan Freeman cuyo papel no da más de sí. También es estelar como profesor Snape en las películas de Harry Potter, como es estelar su interpretación de Hans Gruber en La Jungla de Cristal. Un malo memorable cada vez que lo he visto, y un personaje entrañable en Love Actually; real, tridimensional, inolvidable.
Desde luego, habrá que repasar bien su filmografía, del mismo modo que la discografía de Bowie, como magro pero imprescindible homenaje a dos gigantes que anduvieron entre nosotros. Descasen en paz.
Nunca fui fan de David Bowie, por desconocimiento más que por otra cosa. Mi recuerdo más vívido de él es el de la película Labyrinth, donde lo cierto es que emana un magnetismo surrealista que supongo que es lo que todo el mundo admira de él, con razón.
De Alan Rickman, sin embargo, siempre he sido admirador desde que lo vi en Robin Hood (la de Costner), donde se hace dueño y señor de la pantalla, dando un soberano repaso al protagonista y superando también con creces a un Morgan Freeman cuyo papel no da más de sí. También es estelar como profesor Snape en las películas de Harry Potter, como es estelar su interpretación de Hans Gruber en La Jungla de Cristal. Un malo memorable cada vez que lo he visto, y un personaje entrañable en Love Actually; real, tridimensional, inolvidable.
Desde luego, habrá que repasar bien su filmografía, del mismo modo que la discografía de Bowie, como magro pero imprescindible homenaje a dos gigantes que anduvieron entre nosotros. Descasen en paz.