En Vigo llueve desde el día 3 de enero de este nuevo año en el que ya no veremos a Lemmy en concierto, ni a Les Luthiers con el bueno de Daniel. Esta mañana me acerqué al colegio García Barbón, donde cursé desde el último curso de infantil al primero de secundaria, y llovía. De las profesoras que me dieron clase sólo siguen Marta, la de infantil; Filo, la de inglés; y Fran, la de música. Con la suerte de que la chica de conserjería me llevó hasta la primera, que se acordaba de mí. ¡Dieciséis años hace que dejé el colegio, y veintidós que ella fue mi profesora!
Yo llevaba libros para regalar a la biblioteca del centro, que tantas buenas horas me brindó en los noventa. La sala era nueva, donde antes estaba el laboratorio, y es mucho mejor. Hay un comedor nuevo, que usa parte de lo que era la casa del difunto conserje. Su hijo estaba en el curso anterior al mío, me acuerdo.
Filomena y Francisca estaban más delgadas y no me reconocieron. Es por la barba. Fran tiene un aula de música nueva, Filo y Marta dan asignaturas diferentes. Un chaval que iba a clase con mi hermana trabaja de auxiliar en el cole que también fue suyo.
Mis tutoras de primero, segundo (y tercero), cuarto (y quinto) y sexto se jubilaron hace un tiempo. Los árboles que plantamos son ahora dignos del nombre, y hay un huerto nuevo. Un niño de clase de Fran me preguntó mi edad, otro que si soy rico.
Más tarde, en la panadería, sí que me reconocerá Lupe, que lleva toda la vida allí, y la dueña, Hilda. Me dirán que estoy muy cambiado, es por la barba. Ellas, sin embargo, están igual que siempre. Se lo digo y sonríen.
Marta no se acordaba de todos mis amigos, que no son nuevos sino de siempre: Javi, Pedro, Fernando, y más tarde Pablo y Diego, que en el cole eran de B. Es difícil acordarse, con tantos niños. Mi clase de infantil, sin embargo, no había cambiado. Me emocioné, verdaderamente. No había cambiado nada.
Yo llevaba libros para regalar a la biblioteca del centro, que tantas buenas horas me brindó en los noventa. La sala era nueva, donde antes estaba el laboratorio, y es mucho mejor. Hay un comedor nuevo, que usa parte de lo que era la casa del difunto conserje. Su hijo estaba en el curso anterior al mío, me acuerdo.
Filomena y Francisca estaban más delgadas y no me reconocieron. Es por la barba. Fran tiene un aula de música nueva, Filo y Marta dan asignaturas diferentes. Un chaval que iba a clase con mi hermana trabaja de auxiliar en el cole que también fue suyo.
Mis tutoras de primero, segundo (y tercero), cuarto (y quinto) y sexto se jubilaron hace un tiempo. Los árboles que plantamos son ahora dignos del nombre, y hay un huerto nuevo. Un niño de clase de Fran me preguntó mi edad, otro que si soy rico.
Más tarde, en la panadería, sí que me reconocerá Lupe, que lleva toda la vida allí, y la dueña, Hilda. Me dirán que estoy muy cambiado, es por la barba. Ellas, sin embargo, están igual que siempre. Se lo digo y sonríen.
Marta no se acordaba de todos mis amigos, que no son nuevos sino de siempre: Javi, Pedro, Fernando, y más tarde Pablo y Diego, que en el cole eran de B. Es difícil acordarse, con tantos niños. Mi clase de infantil, sin embargo, no había cambiado. Me emocioné, verdaderamente. No había cambiado nada.
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