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sábado, 20 de agosto de 2016


Hoy, a mediodía, ha fallecido mi abuela paterna, Antonia Cuadrado. Cumplió 91 años el pasado 4 de agosto, cumpleaños en el que no pude estar, así como tampoco podré asistir a su funeral. Me queda el agridulce recuerdo de este julio de hospital y estos años de residencia... Pero no, me niego a acordarme sólo de eso, me obligo a pensar en la inefable señora de la calle Camelias, en la dicharachera profesora de literatura que estudió con Lázaro Carreter en los tiempos en que las mujeres se dedicaban a sus labores, en la elegante viuda que me paseaba por Vigo y por Samil hace cinco lustros . En la cariñosa abuela que preparaba estupendas meriendas para sus nietos, incluso cuando su salud ya no le permitía degustar los manjares de su Salamanca natal. En el cuchillo del pan, el Trinaranjus, las dedicatorias de Camilo José Cela, en los regalos de Navidad escondidos bajo la mesa camilla, el agua helada, las lentillas de cerca y las de lejos sobre unos inquisitivos ojos color turquesa, el sentido del humor, los cigarrillos Fortuna, todos los pequeños detalles de su vida. En el tremendo orgullo que siempre sintió por su familia, carnal y política; la confianza ciega en que todo lo que hiciésemos estaría bien para nosotros y la insólita tolerancia que demostró con todos nosotros.

Descansa en paz, abuela.

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