En fechas tan señaladas, me dirijo a vosotros, mis lectores,
con el fin de divagar sobre el sentido, la función y el significado de estas
festividades. Ya desde que comienza diciembre y nos acercamos a las fechas, se
leen mensajes en las redes (que no dejan de ser una pequeña burbuja muy
centrada en sí misma, pero que por una cosa u otra coinciden también con una gran
parte de mis relaciones sociales e intereses en España) de todo tipo: desde los
que denostan la Navidad por ser un constructo cristiano hasta los que aceptan
que lo sea y reprochan sardónicamente a la izquierda laica por disfrutar,
hipócritamente, los festivos. Yo creo que ambos puntos de vista están
equivocados.
Como todo el mundo sabe, celebramos (en casi todo el
planeta) el nacimiento de Jesucristo nuestro señor el 25 de diciembre, aunque
eso de que naciera el 25 de diciembre no está muy claro desde un punto de vista
histórico (al contrario que en el caso de Newton). También celebramos
sus dos semanas de bebé hasta que llegan los Reyes Magos el día 6, La Epifanía
Del Señor. Resulta que por el medio está el Año Nuevo, ¿casualidad? No lo creo.
La Navidad, en mi opinión, tiene sus raíces en festividades
paganas anteriores al cristianismo, basadas en los ciclos de las cosechas y el
de las estaciones, que son poco más o menos el mismo. Así, cuando la noche más
larga del invierno ha pasado, se celebra la llegada de la nueva luz, de un año
nuevo. Las familias se reúnen a buen cobijo del frío y festejan con grandes
banquetes, que es de lo menos cristiano que hay. Las costumbres del árbol de
navidad, el acebo o el muérdago (esto último en países diferentes a España) me
parecen una vociferante evidencia de una festividad previa (los celtas,
germanos y nórdicos adoraban a los árboles en mayor o menor medida, como
símbolos de Tor o del dios que fuese). También me parece interesante que el
solsticio de invierno se celebraba en las comunidades precolombinas… en junio,en el hemisferio sur.
Por tanto, la misma Navidad se sostiene sobre celebraciones
que son comunes a toda la humanidad, ya no de hecho sino en sí mismas: la gloria
de estar vivos, de compartir el pan con los seres queridos, de ayudarse los
unos a los otros a pasar la larga noche. Es, consecuentemente, la época de la
caridad, de los regalos, del cariño y del amor. Y todo ello no es monopolio
cristiano.
Obviamente, es una tradición que a mí me ha llegado como
europeo del siglo XX, especialmente como uno cuyos padres fueron criados en un
entorno y un país católico. Sin embargo, la Navidad significa más que la
alegría por el nacimiento de Cristo. De hecho, lo que para mí, personalmente,
significan estas fechas que me llenan de satisfacción si no de orgullo, es la
ocasión de pasarlas con mi familia, con mis amigos de la infancia; de visitar
los sitios en los que crecí y de repartir cariño y alegría. Puedo ser ateo, que
lo soy (y no es algo de lo que haga bandera, simplemente es así), pero no estoy
desprovisto de emociones. No creo que mi disfrute de la Navidad suponga más
apropiación cultural que la que hizo la Iglesia con la Saturnalia, ni que haya
algo malo en ninguna de ellas.
Asimismo, no creo que mi celebración personal esté reñida
con el laicismo institucional: el Estado no debe posicionarse a favor de una
religión, en tanto y cuanto tiene que ser representativo de todos los
individuos que lo componen. Sin embargo, tampoco es lógico negar la evidencia
de que esta festividad es parte inequívoca, al menos en el presente, de la
cultura de España. Como yo, miles de no practicantes, agnósticos o ateos
celebran la Navidad, apuesto a que por razones similares a las mías. Despojarnos
de esos motivos emotivos porque no somos creyentes, aduciendo que sólo nos
interesa el no trabajar, es un error.
¿Creo que los festivos nacionales podrían laicizarse? Sí. ¿Que
podríamos en lugar de tener festivos nacionales, otorgar 12 o 14 días de
vacaciones más al año, a la libre disposición del trabajador? Quizá, aunque desde
un punto de vista puramente práctico sería interesante saber qué le supone al
Estado la previsibilidad que otorgan los festivos nacionales (es decir, que la
gran mayoría de trabajadores esté descansando a la vez). Pero ¿es necesario?
¿Es realmente una batalla que queramos librar el hecho de que el 25 de
diciembre sea festivo? Yo creo que no. Aleguemos razones históricas o
culturales para escoger la mera fecha de la festividad (ya que el disfrutar de
ese tiempo, dondequiera que se situase en el año, es una cuestión de derechos
sociales de los trabajadores. Si no hubiera ese festivo, habría que inventarlo),
que en sí mismas, las fechas no tienen maldad o bondad. Y si, el día de mañana,
la comunidad musulmana de España quiere celebrar el su propia fiesta, ¡bienvenida
sea! De hecho, pienso que tener festivos que se deban a una minoría aumenta el
reconocimiento de esa minoría en la sociedad, la acerca y la hace menos
extraña, reduciendo la xenofobia y la hostilidad hacia ella. Y por tener un
festivo más no iba a pasar nada (y si pasase, quitamos el día ese de agosto que
no vale para nada porque todo el mundo está de vacaciones de todos modos).
No puedo terminar la entrada sin hablar de consumismo, que
es otro de los males que aquejan y se le achacan a la Navidad actual. Pero
dejadme que sea escéptico al respecto. No es que la Navidad no sea consumista,
es que ¡todo es consumista! Hay rebajas en enero, en verano, en otoño y todo el
resto del año, iPhone n cada año, Black Friday, el día del padre y de la madre
(yo a mis padres los quiero todo el año, gracias), San Valentín, las súpervacaciones
de verano y las de Semana Santa, teles de plasma, enormes centros comerciales
como templos al consumo, mil mierdas que no necesitas… El consumismo navideño
no es el problema, es un síntoma más de la sociedad capitalista en la que
vivimos. Sin embargo, todo el consumo no es consumismo. No caigamos en la
represión y en la tristeza, no nos neguemos las alegrías que proporcionan las
cenas en familia, las fiestas, los regalos. La clave no consiste en
prescindir de esas cosas, consiste en tomarlas en su justa medida. La templanza
y la mesura son virtud, pero la obsesión puritana hace tanto bien al ser humano
como el despilfarro decadente.
Feliz Navidad a todos. Que disfrutéis de vuestros seres
queridos, que bebáis y comáis hasta hartaros, que riáis, que améis. No importa
vuestro credo, esta es vuestra fiesta.