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lunes, 17 de junio de 2019

Luna llena sobre Navacerrada

Casi, casi llena estaba la luna este sábado, y bajo su intensa luz plateada nos lanzamos seis caminantes a acometer la Cuerda Larga. Es tradición, ¿quién lo sabía?, en los plenilunios estivales, recorrer la cresta que separa Navacerrada de Morcuera, el espinazo de la sierra entre Madrid y Segovia.


De la hora bruja a la hora del gallo recorrimos las catorce millas entrambos puertos, de la Bola del Mundo al pico Najarra, entre vacas y cabras montesas, al auspicio de Júpiter y Antares, que acompañaban a Selene como dos rémoras de oro. La ruta es difícil, no por la oscuridad, que sí, no por la extensión, que también, y no por el desnivel, que por supuesto, sino por transcurrir entre granito fragmentado, como si se hubiese roto en pedazos la roca de Sísifo y se hubiese desparramado desde la cima.



Tampoco faltó el frío ni nos puso reparos el viento, y se diría que era invierno, y apretamos el paso para cobijarnos al abrigo de la penúltima cumbre, ya tan cerca de la meta, cuando el horizonte se sonrojaba por la parte de Alcalá. Y entre bastiones de cuarzo y feldespato vimos salir a Faetón al galope, riendo exultante como nosotros.


La sierra se tiñó de trinos de pájaros y se roció de colores, desperezándose. A Najarra lo dejamos a nuestra derecha y bajamos por un camino más amable, entre cabras montesas y vacas, al auspicio de Venus Afrodita.

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