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viernes, 31 de agosto de 2012

El verano ha muerto, larga vida al verano

Se acabó lo que se daba, y volví a Madrid, la del polvo negro. Nunca me costó tanto dejar Oviñana, a pesar del increíble espectáculo que es salir volando de Ranón y ver los Picos de Europa asomando por encima de las nubes (ojalá hubiera podido fotografiarlo); nunca me había deprimido tanto pensando en que no podré levantarme y ver el mar, que no tendré la playa salvaje de Cueva a diez minutos de mi casa, que viviré con el ruido, la polución y la sequedad en lugar del canto del gallo y el aire marino.

Si no fuera porque mis nuevos compañeros de piso me acogieron con gran alegría (sobre todo la neófita Marta, conquense optimista y locuaz) o por la ilusión de vivir en Malasaña, o porque este año seguro que el tío Fols me lleva con él de monte, o porque puede que le dé la última estocada a la carrera... En fin, que todo depende del cristal con que se mire, vaya.

Ahora, que lo mismo te digo una cosa que te digo la otra.

aquí he vivido, aquí quiero quedarme

martes, 21 de agosto de 2012

Que el fin del mundo te pille cantando...

El cinco de este mes se murió Chavela Vargas, y yo me enteré bastante más tarde. Tenía nada más y nada menos que 93 años de edad, así que por lo menos tuvo una vida larga. Y se conoce que plena.



Quería hacerle un homenaje, pero ya lo hizo mil veces mejor que yo Joaquín Sabina en El bulevar de los sueños rotos; canción que os recomiendo. Como yo la conocí gracias al Flaco, para acordarme de ella me voy a poner un rato ésta y Noches de Boda.

Descanse en paz.

martes, 7 de agosto de 2012

Agosto marítimo

En Oviñana no hay fácil acceso a internet, por eso no actualizo esto apenas, ni hago caso a los wassaps ni nada. En contrapartida, vivo a treinta segundos de esto:



El friquin paradais, nene.

con barquito incluido

miércoles, 1 de agosto de 2012

Sus últimos días los pasó arropada por toda la gente que amaba. Ya no se despertaba, pero apretaba la mano cuando, con todo el cariño que pudierais imaginar, sus familiares le leían pasajes de un libro o una oración.

Después del funeral, sus parientes le rindieron homenaje en la terraza de la que fue su vivienda, comiendo los pasteles que siempre le encantaron. Y el sol salió para bañar con sus rayos el momento. Ellos sacaron las viejas fotos familiares, guardadas con primor; fotos en color y en blanco y negro, de un capitán de navío, de un joven legionario o de unos bebés regordetes, admirando los parecidos entre unos y otros, sonriendo y disfrutando como a ella le hubiera gustado.

Tristes porque se ha ido, pero contentos de haberla conocido.