Se acabó lo que se daba, y volví a Madrid, la del polvo negro. Nunca me costó tanto dejar Oviñana, a pesar del increíble espectáculo que es salir volando de Ranón y ver los Picos de Europa asomando por encima de las nubes (ojalá hubiera podido fotografiarlo); nunca me había deprimido tanto pensando en que no podré levantarme y ver el mar, que no tendré la playa salvaje de Cueva a diez minutos de mi casa, que viviré con el ruido, la polución y la sequedad en lugar del canto del gallo y el aire marino.
Si no fuera porque mis nuevos compañeros de piso me acogieron con gran alegría (sobre todo la neófita Marta, conquense optimista y locuaz) o por la ilusión de vivir en Malasaña, o porque este año seguro que el tío Fols me lleva con él de monte, o porque puede que le dé la última estocada a la carrera... En fin, que todo depende del cristal con que se mire, vaya.
Ahora, que lo mismo te digo una cosa que te digo la otra.
Si no fuera porque mis nuevos compañeros de piso me acogieron con gran alegría (sobre todo la neófita Marta, conquense optimista y locuaz) o por la ilusión de vivir en Malasaña, o porque este año seguro que el tío Fols me lleva con él de monte, o porque puede que le dé la última estocada a la carrera... En fin, que todo depende del cristal con que se mire, vaya.
Ahora, que lo mismo te digo una cosa que te digo la otra.
aquí he vivido, aquí quiero quedarme |