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jueves, 22 de febrero de 2018

Singapur y Malaca

little India en Singapur
¡Hola otra vez! Al final, este sábado pasado decidí visitar Singapur, y como meta me puse ir hasta un rocódromo. Por un lado, porque la escalada es adictiva y ya tenía ganas; por otro, porque me apetecía pasear por Singapur no como un turista, sino como una persona más. Ya tendré tiempo de hacer turismo durante el fin de semana que pase en Singapur. Así que a la frontera me dirigí con mi ilusión, mis pies de gato y mi pasaporte.

El proceso de entrada en Singapur es largo y laborioso, puesto que hay que coger un autobús desde Johor Bahru, pasar por dos controles fronterizos, y coger otro autobús una vez en Singapur, para ir al sur del país. No toda la isla está cubierta por la ciudad; antes al contrario, hay varias grandes zonas verdes, y una gran zona industrial que es bastante distinta del núcleo urbano característico de Singapur. Este último tiene grandes avenidas, algo más sucias de lo que esperaba (por lo que había leído, pensaba que se trataba de una de las ciudades más limpias del mundo), rodeadas de muchísima vegetación y ocasionales edificios tradicionales. O al menos son ocasionales en las zonas por las que paseé yo, que no fueron más que una fracción de la ciudad.

Caminé un buen rato hasta que llegué al estadio en el cual estaba el rocódromo, en el cual me quité el mono con un buen rato de bouldering y escalada con cuerda. A la salida decidí ir hasta Little India en bicicleta. Resulta que en Singapur hay varias empresas de compartición de bicicletas completamente gratuitas, que supongo que pagará el ayuntamiento o gobierno o lo que tengan.


Little India es muy parecida a Big India, pero más limpia y con menos gente (y ninguna vaca, ni sagrada ni profanada). Aproveché para renovar mis protectores de pantalla del teléfono y para comer un plato de lentejas indias por cuatro dólares singapurenses. 

En general, Singapur me resultó un poco soso. Me lo habían pintado muy bien, pero me pareció tremendamente utilitario, residencial, como una gran urbanización. También es cierto que no fui a la zona supuestamente más interesante, y que era el año nuevo chino, con lo que mucha gente estaba ausente y muchos negocios, cerrados. Un poco acalorado, y después de perderme un poco con los autobuses, me volví a Johor a media tarde, justo a tiempo para que cayera encima mi primer chubasco ecuatorial.

El domingo lo pasé en Malaca (o Melaka), una ciudad que está a unos 230 km de Johor, y que me describieron los malayos como "a heritage city", "una ciudad con patrimonio". Para llegar hasta allí cogí un Uber con un chino muy majo que no tardó nada, y un autobús con un conductor que no sabía leer que tardó cuatro horas.

La mejor descripción que se me ocurre de la ciudad es "Malasiaña". Estaba bastante llena de turistas y lugares de moderneo, con muchos graffitis y rinconcitos como el barrio de Madrid. Me encantó desde el primer momento, y deambulé por la mayor parte del centro, visitando la mezquita más antigua de Malasia (al parecer), uno de los templos budistas más importantes, una iglesia portuguesa que luego fue holandesa, y un agradable canal con mucha animación durante la tarde-noche.

el canal de Manuela Malasaña
La historia de Malaca es fascinante. Fue fundada en el siglo XV, por Parameswara, un príncipe hindú del reino de Sumatra,  que escapó de su anterior reino en Singapur a raíz de una invasión del Imperio Mayapajit de Java para acabar arribando a lo que hoy es Malaca. El sultanato de Parameswara se caracterizó por su tolerancia religiosa, que culminó en un muy beneficioso acuerdo comercial con China (cuyo enviado imperial, a la sazón, era musulmán) que atrajo a comerciantes musulmanes de la India mogol. La posición privilegiada de Malaca en el estrecho homónimo les permitió controlar las rutas comerciales y prosperar enormemente, hasta que los portugueses la invadieron en 1511. Los portugueses, en la tónica propia de los católicos del siglo XVI, no continuaron con la tolerancia religiosa, lo que llevó al abandono de este puerto por parte de los comerciantes indios. Sin embargo, para entonces, las culturas indias, chinas y malayas se habían combinado en Malaca de manera única para dar lugar a la cultura mestiza que hoy se conoce como baba nyonya, de la cual os puedo decir que hacen unos guisos para chuparse los dedos.

Malaca pasó por manos holandesas, británicas y japonesas (durante la Segunda Guerra Mundial) antes de integrarse en el actual estado de Malasia. Fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2008, y lo cierto es que los malaqueños se aprovechan sobremanera del tirón turístico que esto les proporciona.

la misa de año nuevo en el templo Cheng Hoong Teng
Por la tarde, me tomé un café con hielo que fue el mejor café que he probado en una nación de la Commonwealth y cené con Saktish y su compañero de piso, Kashveen, que pasaban por Malaca después de haber pasado el fin de semana con sus respectivas familias, y me hicieron el favor de recogerme, y de invitarme a cenar. El único inconveniente de un día espléndido en Malaca fue el hecho de que era la operación retorno del año nuevo chino, y estuvimos atascados cien quilómetros en la autopista... Y no os exagero nada. Llegué al hotel a las tres y media de la mañana, para desgracia de mi reloj interno, que, el pobre, no entiende nada.

Este fin de semana que viene lo pasaré en un parque nacional a la altura de Kuala Lumpur, así que ¡espero tener mucho que contar! ¡Un abrazo!

no me digáis que no son unos hippies

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