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lunes, 19 de marzo de 2012

La escritura o la vida

Ayer terminé La escritura o la vida, de Jorge Semprún. Lo había empezado cuando me lo regalaron mis tíos jipis, hace unos ocho años o así, pero no pude acabarlo (eterna vergüenza caiga sobre mí y mi descendencia). Esta vez me ha llevado unos dos meses, que tampoco es muy buena marca. En Madrid leo muchísimo menos que en Vigo u Oviñana (donde veraneo, la imagen cabecera de este blog es de allí). De todas maneras, pienso que la lectura de esta obra no es en absoluto fácil.

El propósito de la misma no es contar una historia, o al menos no la historia que uno se espera, sino transmitir el sentimiento más profundo que acompaña al autor desde que, en 1945, fue liberado del campo de concentración de Buchenwald por las tropas americanas. Para hacerlo, no sigue una estructura lineal sino caleidoscópica, saltando de un momento a otro de su vida sin previo aviso, de manera aparentemente inconexa. Esta característica fue probablemente lo que disuadió a mi yo adolescente la primera vez que acometí la tarea de leerla.

Esta vez, sin embargo, conseguí implicarme en las sensaciones de la vida de Semprún, y aunque él probablemente lo creería imposible, tal vez hasta entenderlo.

La estancia en el campo fue tan sumamente traumática para el joven comunista (fue detenido y torturado con veinte años) que fue incapaz de hablar o escribir del tema durante dieciocho años, hasta la publicación de El largo viaje. En la obra que nos ocupa esta incapacidad, esta asunción de que el resto del mundo jamás comprenderá su calvario (y el de tantos otros prisioneros) se mezcla con una cierta sensación de culpabilidad por haber sobrevivido. Para muestra, nos cuenta cómo vive la muerte de algunos de sus compañeros. En concreto, la muerte de Maurice Halbwachs, profesor que fue suyo en la Sorbona (donde Semprún cursó la carrera de Filosofía), es un pasaje impresionante:

...presa de un pánico repentino [...], consciente de la necesidad de una oración [...], dije en voz alta, tratando de dominarla, de timbrarla como hay que hacerlo, unos versos de Baudelaire. Era lo único que se me ocurría.
O mort, vieux capitaine, il est temps, levons l'ancre...
La mirada de Halbwachs se torna menos borrosa, parece extrañarse.

Más adelante, tiempo ya después de la guerra, relata sus experiencias con amantes o amigos y cómo redescubre el gozo de vivir, siempre y cuando no describa los horrores de Buchenwald. Son motivos recurrentes la "nieve sobre el Ettesberg", la montaña al pie de la cual se hallan el campo y Weimar (ciudad de Goethe); las cenizas del crematorio; las conversaciones literarias con presos y soldados aliados y la absoluta inconsciencia de los días o meses siguientes a la liberación, mientras trataba de adecuarse a vivir la vida, y no la muerte de los años anteriores.

En el fondo, la obra es profundamente vitalista. Podría contaros más, pero no voy a ser capaz de expresarlo tan bien como él:
La misma alegría seguía embargándome: la dicha de vivir. La más pura, la más abrumadora dicha de vivir. Pues no se basaba en el recuerdo de dichas anteriores, ni en la premonición, menos aún en la certidumbre de dichas futuras. No se basaba en nada. En nada más que en el hecho mismo de existir, de saberme vivo, incluso sin memoria, sin proyecto, sin futuro previsible. Debida a esta carencia de memoria y de futuro, tal vez.
Jorge Semprún murió en junio de 2011. Quiero pensar que el exorcismo que realizó por medio de la escritura le sirvió para aliviar la carga que supuso el cautiverio. Que eligió la vida.


 Yo visité Auschwitz en dos ocasiones, en 2009 y 2010. Estando en un patio en el que eran frecuentes los fusilamientos, me sobrecogió el pensamiento de que esas personas, víctimas y verdugos, eran tan reales como lo era yo, que (tan sólo) 55 años después pisaba el mismo suelo que ellos. Casi podía sentirlos presentes. Creo que la experiencia me facilitó después imaginar los horrores de los campos, y en consecuencia esta lectura.  


1 comentario:

  1. Que bueno Enzo... me lo apunto. Yo estuve en Buchenwald hace unos tres o cuatro veranos, y la verdad es que también sentí aquello. Después de cinco años estudiando historia, es extraño que te asalte de repente el pensamiento "¡Joder!¡Es que esto PASÓ!". No se muy bien como explicarlo, pero también me sentí como tú. Ójala pudiera cambiarme de especie. Homo Sapiens, para quien lo quiera.

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