Hace ya tiempo que dejé a medias mi relato de la India. Hoy trataré de hacer memoria y contaros un poco más de nuestras andanzas.
Decíamos ayer que habíamos comido en una casa de comidas en lo alto de un edificio, con su particular sentido de la higiene. Después de aquello visitamos el Sabarmati Ashram, la residencia de Mahatma Ghandi durante 12 años, y también el punto de partida de su
"Marcha de la Sal".
Para hacerse una idea, Ghandi usó esta residencia como lugar de meditación a la par que escuela de oficios en el período anterior a la rebelión (pacífica) contra el Imperio Británico. Con sus enseñanzas buscaba la iluminación y el valor, tanto para sí como para sus compatriotas, lo que a su vez llevaría a una autosuficiencia de la India que permitiría librarse del yugo imperial.
Hoy día, el Ashram es un museo con relativamente poco interés, en el que se puede observar una exposición sobre la vida de Ghandi, comprar libros y visitar sus habitaciones, en las que quedan algunos útiles y una rueca en la que este hombre se tejía su propia ropa. Además de un par de edificios, el recinto tiene un jardinzuelo que da al río, jardinzuelo que contiene una estatua del pensador.
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donde los guiris se hacen fotos, claro |
Lo verdaderamente interesante estaba en una dependencia aneja: una ONG trabajaba con niños de los
slums, los barrios de chabolas (por cierto, allí es donde tiene lugar el proyecto de fin de carrera de Iris). Cuando nosotros pasábamos por allí, ellos estaban terminando una clase o algo así; a continuación algunos se iban juntos al servicio religioso y otros se volvían a casa (serían musulmanes, me imagino; en Ahmedabad hay un montón y creo que los demás eran hindúes [ojo, no confundáis hindú con indio; una cosa es la religión y otra la nacionalidad. Si quedan dudas con los indios americanos sugiero llamar a estos "amerindios"]). El caso es que en ese momento había un ciento de infantes de seis a doce años, y al vernos ¡se volvieron locos! Nos rodearon, nos preguntaban
¿güich countri?, nos daban la mano, reían, gritaban, nos decían su nombre, admiraban el pendiente en forma de llave que llevaba Constanza, y cuando empezamos a sacar fotos no sabían que hacer para salir en el máximo número de ellas.
Como me he criado en Vigo, ciudad navajera y drogata, en cuanto los chavales se agolparon en torno a nosotros una vieja fibra me puso en guardia, me subió un poco de adrenalina: estar rodeado me agobió un poco, vaya. Pero la alegría infinita e infinitamente pura de estos niñitos, que no poseen nada y que por el esfuerzo de unos voluntarios tienen la oportunidad de salir del pozo social en el que han nacido, derritió todas las barreras que yo levantase. Estos niños no querían dinero, no esperaban nada de nosotros. El mero hecho de vernos y tocarnos era para ellos mágico. Os prometo que es más sobrecogedor eso que cualquier monumento que haya visto en mi vida. Y tengo cable.
Ahh... En fin, ese día acababa, y llegaba el momento de preparar la cena española para los compañeros de piso de Iris.
Aquí he de hacer un paréntesis. A la sazón, Iris vivía con las siguientes personas: Arno, alemán de Alemania, Raphael, Oliver, Ramon y Michelle, suizos de Zúrich,
Kaylyn y Thomas, yankis de América; Liam, inglés de Inglaterra, Raj, indio con pasaporte australiano, y Søren, chipriota-suizo-neerlandés de Sudáfrica. Sin embargo, antes y después de nuestra visita, tuvo otros compañeros adicionales, hasta un máximo de 13. Vivían en un chalet con cuatro habitaciones, a razón de cuatro camas por habitación. Una cocina, dos baños, un gran salón, terracilla y azotea. Muy apañado.
Todos estos muchachos eran muy majos en general. Arno, Raj y Kaylyn eran los más enrollaos y Oliver parecía un noble del siglo XIX al que se le hubiera ido la pinza y viviera totalmente inmerso en la cultura local, a lo Lawrence de Arabia. Sólo se vestía con
dhoti y aparentaba estar todo el rato adormecido. Muy loco.
A estos paisanos les servimos pá amb tomata, gazpacho, morcilla de burgos, queso manchego, jamón ibérico y licor café. Fue muy gracioso porque, sajones ellos, querían cenar a las ocho, pero claro, latinos nosotros, estaba listo para las diez. Devoraron los productos de la tierra como lobos. Y les encantó. Como pa no.
Lo último reseñable es que descubrí el dueto mejicano
Rodrigo y Gabriela, que se conoce que es muy popular en EE. UU. y Canadá, y me encantó.
¡Otro día más y mejor!