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lunes, 16 de abril de 2012

India (4, Ahmedabad)

El día siguiente comenzó con un desayuno caro (si no recuerdo mal, unos 6 euros) en un lujoso hotel de Ahmedabad. Constanza pidió un donut nosequé, con la esperanza (vana) de que se tratase de algo dulce y remotamente occidental. Era una rosquilla frita. Con JALAPEÑOS. Para desayunar. 

En el otro extremo, mi mousse de azafrán era tan sumamente dulce que dejé la mitad porque empezaba a ver doble. Era lo más empalagoso que he probado jamás. De todos modos, el resto del desayuno fue muy rico, tratándose sobre todo de fruta, zumos y yogures líquidos llamados lassi.

A continuación visitamos el mercado de la ciudad, que ocupa un barrio entero. En uno de sus extremos se encuentra un templo dedicado a la diosa Kali. Aunque, de manera similar a las capillas en las iglesias cristianas, en nichos secundarios hay múltiples imágenes de otros dioses. Un señor diminuto iba de dios en dios, tocando las estatuas con ambas manos y luego llevándoselas al pecho, y luego a la cabeza, mientras musitaba un rezo. En el altar principal, unos hombres repartían pedazos de sandía para realizar ofrendas (me ofrecieron a mí, pero me ofusqué y no supe reaccionar. Me dio un tanto de vergüenza). Fuera, numerosos tenderetes vendían animales para los sacrificios, como cabras o gallinas. ¡La vorágine! Cientos de personas, el sol, los olores y los colores... Llevando veintipico horas en la India ya tenía recuerdos como de una semana.

Ascendimos al edificio del templo, que se trata de un antiguo fuerte, y desde allí tomamos unas cuantas fotos, tanto de nosotros al sol (debían ser las 11 o así, y hacía unos 30 grados ya) como de la gente de abajo:

en esta foto hay inusualmente poco tráfico

Después bajamos otra vez y nos perdimos en el interior del mercado, que como he dicho se extiende por las callejuelas como un río. La multitud se agolpa en estos callejones y es muy difícil caminar. Esto, unido a los toldos que cuelgan entre los edificios para evitar insolaciones (pero que tampoco permiten la ventilación), convierte esta zona en una suerte de selva de colores, sofocante y abarrotada. Acaba uno sudando la gota gorda. Por cierto que los indios ¡apenas sudan! Los conductores de rickshaw y otra gente que trabaja en la calle, lejos de los omnipresentes ventiladores, no portan sobaqueras u otras manchas de sudor en sus impolutas camisas claras.

Como ya habré comentado, mi hermana se agobia en lugares tan estrechos, así que no nos demoramos demasiado en el lugar. Lo cual significa que lo cruzamos de la manera más rápida posible y debimos tardar cuarenta y cinco minutos o algo por el estilo, tal era la aglomeración.

Salimos a una zona más abierta, cerca de la cual se encuentra una mezquita muy bonita y bastante antigua. Por supuesto, hay que descalzarse antes de entrar, y tuve suerte de que nadie se quejara de mis pantalones cortos (como se verá en una futura entrada, no siempre fueron tan permisivos). Al acceder, sí que nos exigieron lavarnos los pies y la cara en una alberca techada en el medio de un patio abrasador, por el cual se extendía una megaesterilla para no quemarte los pies. El agua estaba estancada, y como los musulmanes han de acudir unas cuantas veces al día al servicio religioso, podemos aventurar que nos lavamos la cara con la misma agua en que cuatrocientos indios de clase baja se habían lavado los pies.

el 80% de las personas de esta foto tuvieron diarrea esa semana


Lo que no te lava, te hace más fuerte.

Y ahora que hablo de aguas, es de interés comentar los puestos ambulantes de agua fresca. Son carritos con mil botellas con el líquido elemento, en ocasiones con gotitas de limón. Tú pagas una cantidad (normalmente muy baja), te bebes el contenido de la botella y devuelves la botella al carrito para que el encargado la rellene.

y luego intentas con todas tus fuerzas no contraer cólera
A eso sí que no nos atrevimos; ni siquiera Iris llegó a usar ese servicio, y eso que bebimos cierta cantidad de agua del grifo (depurador automático mediante).


Eh bien, seguiré contando otro día que tengo clase. ¡Salud!

1 comentario:

  1. Bueno bueno bueno! En esta ocasión y tras consultarte haré una pequeña puntualización a lo último que has comentado. Lo que ese buen hombre vende en el carrito no es agua ni mucho menos (ojalá!). Se trata de un puesto de soda, aka gaseosa para nosotros castizos. La actividad consiste en que a cambio de unas 10 rupias el tendero te ofrece sus propias mezclas de bebida espumosa con jugos de fruta, cocacola y demás. Ni pizca de alcohol, por supuesto (ley seca en todo el estado). Debe de estar buenísimo y ser muy refrescante, porque siempre están hasta arriba de clientes. A veces, la aglomeración es tal que te das cuenta de la presencia de los puestos de soda por el sonido de la botella al ser descorchada. Un amigo (mejicano) decía que eran como fuegos artificiales. En fin, 6 meses de experiencia no me dieron el valor suficiente para probar suerte. Existen muchas y menos arriesgadas formas de refrescarse en India. Yo seguí siendo fiel a mi agua mineral o filtrada en casa hasta el final.

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