Esta mañana me levanté a las ocho, y desayuné mientras el Hotel Sandoval dormía. Me puse el casco y los guantes y bajé al portal a tiempo para encontrarme con Fernando (no Villegas). Luego bajamos a toda pastilla por las calles semivacías de la capital hasta llegar a Menéndez Pelayo, detrás del Parque del Buen Retiro.
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y su barba también vino |
Así dio inicio la Fiesta de la bici para nosotros. Se trata de un evento multitudinario, una ruta de 20 km en bicicleta por las calles de Madrid. En teoría éramos más de 20.000 personas, pero me imagino que la estimación iba ligada al número de dorsales reservados, de los que algunos debieron quedar en casa. De todos modos, había tanta gente que apenas se podía avanzar, al menos hasta que llegamos a la calle Alcalá, y después a Gran Vía y la gente, sobre todo los paisanos con críos, empezaron a perder fuelle.
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la ruta en sí, 19,6 km según Google |
La verdad es que así como era muy divertido pedalear entre tantísima gente, también era algo cansado esquivarnos mutuamente, y por encima de todo tener que reducir el ritmo hasta puntos incómodos. Muchos de los ciclistas demostraban gran dificultad para ir despacio, lo que, ciertamente, requiere más control de la bicicleta que ir rápido. Lo peor, sin embargo, fue que a la altura de Pío XII, más o menos a mitad del trayecto, las motos de la policía local, que nos abrían el camino, decidieron ponerse a pisar huevos con fruición, causando el descontento general. La docena de motoristas eran como un tabique móvil, y nos ponía aún más nerviosos ver que ante ellos, la calle estaba vacía. Afortunadamente, en cuanto alcanzamos Castellana la situación volvió a lo normal.
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no se ve muy bien pero es donde el anuncio de Schweppes |
Como curiosidad, a la altura de Tetuán nos sorprendió una muiñeira, tocada por un grupo de gente vestida de gallegos, que tal vez fueran gallegos que venían a ver el partido del Celta con el Atlético de Madrid, a las doce de esta misma mañana. En todo caso fue inesperado y divertido.
Terminamos el recorrido en hora y cuarto, aunque bien podríamos haberlo hecho en cuarenta y cinco minutos con un ritmo un poco más constante. Sólo vimos una caída, y salvo una niña a la que le pasé más cerca de lo que me hubiera gustado y un tonto con el que Fernando tuvo unas palabras, resultó bastante agradable y sin incidentes.
A continuación nos dimos una vuelta por el Retiro, en principio buscando una fuente en la que beber agua, pero en última instancia pasándonos un buen rato en los puestos de libreros de esa zona, a los que Fernando es gran aficionado. Yo me compré unos relatos de Asimov por tres euros y él el libro Tiburón, el de la peli de Spielberg, por uno.
Cogimos de nuevo las bicis, Margaret y Sonia (tiene cara de llamarse Sonia, la de Fernando), y nos fuimos para Sandoval a tiempo de ver al Celta perder contra el Atlético, con una primera parte lamentable (aunque, ojo, Yoel paró un penalti) y una segunda algo más decente.
Domingo cundiente donde los haya, lo prometo. ¡Esto de levantarse temprano va a resultar una buena idea!