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lunes, 12 de octubre de 2015

Moroccan madness

"¿Has estado alguna vez en Casablanca?" preguntó José Ángel (mi jefe) el miércoles de la semana pasada.

Resulta que en mi trabajo perseguimos asiduamente las licitaciones públicas relacionadas con aeropuertos y navegación aérea, entre otros temas aeronáuticos. Para los que no lo sepáis, una licitación es un proceso por el cual una administración pública pide que alguien, quien sea, le preste un servicio o le de un suministro. Los interesados en este trabajo deben aportar una oferta técnica (cómo lo van a hacer y con qué medios) y una oferta económica (cuánto va a costar), amén de una cascada de documentos burocráticos diversos. Tras esto, un comité designado por la administración evalúa la oferta más interesante en cuanto a calidad y a precio y adjudica la realización de trabajo al oferente.

El caso es que, por segunda vez en un mes, surgió una oportunidad en Marruecos, concretamente con la Office National des Aéroports (ONDA). Tuvimos que pedir corriendo la citada cascada de documentación, yo mismo me encargué de varios trámites burocráticos (pienso escribir una guía de legalización de documentos para quien le pueda servir), y me mandaron a mí, debido a mis conocimientos de francés, a Casablanca, el lunes, para retirar el aval del banco y entregar el pliego en el aeropuerto Mohamed V el martes a las 10, hora local, que es una hora menos.

El lunes a las 7:45 estaba en la oficina para ultimar los detalles, imprimir algún documento y marchar pitando al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas Coca Cola. Este día coincidió con el mayor atasco en Madrid de 2015, por lo cual el jefe se retrasó, el mensajero se retrasó, y el taxista que me llevó al aeropuerto se tuvo que meter en dirección contraria para llegar a tiempo. El tipo del mostrador de facturación me metió un par de sustos diciendo cosas como "No te puedo dar la tarjeta de embarque... de mañana", y llegué al avión sudando como un pollo del calor y de los nervios.

Por suerte, el vuelo (con Royal Air Maroc) fue muy agradable y el paso por el aeropuerto de Casablanca fue rápido e indoloro. Enseguida llegué al lujoso hotel en que me alojé durante una noche, me duché y cogí un taxi a la ciudad, Casab como dicen los lugareños. 

El taxi era un Mercedes blanco de los años 80 bastante reventado y el taxista, Said, era un fenómeno barbudo que se saltaba las reglas de circulación aunque no hiciese falta. Acabó siendo mi compañero de viaje la mayor parte del tiempo que estuve allí, puesto que actué como en India y le pedí que me esperara mientras realizaba todos los trámites. Hasta tengo su teléfono para la próxima vez que vaya a Casablanca.

Este día, además de confundirme dos veces de sucursal, me fue imposible retirar el aval en el banco, para desesperación mía y de mi jefe (con el cual hablaba por teléfono cada poco) y a pesar de los ruegos e insistencia con los que molesté a Madame Abidine, a truly remarkable woman. Se conoce que el señor Director General tenía que firmar la autorización para emitir el aval y aún no le había dado tiempo, pobriño. Así que le dije a Said que me acercase a la mezquita de Hassan II, una atracción turística de la ciudad. Este fue todo el turismo que hice, aunque mereció la pena el corto paseo al lado del Atlántico.



De vuelta al hotel, donde trabajé un poco más para tener todo cerrado para el día siguiente y donde cené algo decepcionantemente poco tradicional. Por cierto que la gastronomía marroquí no se dignó a hacer acto de presencia en toda mi estancia, salvo unas lentejas en el desayuno del martes. 

Porque el martes desayuné, dejé los bártulos en recepción y esperé a mi austero conductor, con quien me había citado a las 7:30 hora local. A pesar del atasco de la entrada de Casablanca, llegué al banco antes que la mencionada señora Abidine, la cual, a su llegada, me condujo a la planta en la que me tendrían que dar el aval, si me lo daban.

A las 9, después de una espera bastante tensa, una empleada me dio el dichoso documento y bajé volando al taxi, a tiempo de meternos en otro atascazo. Mientras metía la documentación en el sobre correspondiente y cerraba la caja en la que iban los tres sobres de la oferta, le dije a Said "Tenemos que estar en el aeropuerto a las 10 menos cuarto", y el respondió "pas de problème". En ese momento yo pensé que iba a fracasar y no podría llegar a tiempo. Poca fe demostraba en las habilidades de Said, que poniendo el coche a 140 y adelantando por todos los huecos disponibles recuperó el tiempo perdido en el atasco y me dejó en el aeropuerto a las 9:43. "Appelle-moi la prochaine fois que tu es à Casab" [Llámame la próxima vez que vengas a Casablanca], me dijo; yo le dije merci beaucoup salam alikum.

A la hora señalada me encontraba en la dirección de la ONDA esperando la sesión de apertura, nervioso como el que más por si cometía alguna incorrección. Quitando que casi entrego mi pliego para la licitación 183 en lugar de la 180, todo salió bien. Así que me dirigí al hotel en la lanzadera que ponen a tal efecto, resolví el asunto del checkout (no exento de ciertos inconvenientes que me tuvieron que resolver desde Madrid) y me volví al aeropuerto para comer y realizar un último trámite en ONDA.

A las 15:55, después de la cola más ineficiente de control de pasaportes de la historia (único momento en que verdaderamente me tocaron las narices en el viaje) y de que cambiasen la puerta de embarque destrangis, estaba subiendo al 737-800 en el que volaría a Madrid, agotado pero satisfecho por el deber cumplido.

Una pena no haber visto más de Casablanca, que me recordó más a Portugal que a India, y cuyo tráfico, en el fondo, tampoco es tan malo. Habrá que volver.

2 comentarios:

  1. «El tipo del mostrador de facturación me metió un par de sustos diciendo cosas como "No te puedo dar la tarjeta de embarque... de mañana"»

    Juas, esto acaba de recordarme a la escena de Padre de Familia en el médico :D
    https://www.youtube.com/watch?v=IB-1b7NggPs

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