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jueves, 25 de abril de 2019

Caleao


realizarse es trascenderse más allá de los hechos hasta alcanzar
cierto tipo de equilibrio, como, por ejemplo, un árbol.
Hace muchos años, con mis padres (pero sin Constanza), hice una ruta de montaña en el asturiano parque natural de Redes, concretamente alrededor de Cabeza de Arco en Caleao. Esta montaña me fascinó, y desde entonces he querido volver. Sin embargo, los amigos que nos habían acogido se separaron y nunca más tuvimos la ocasión de hacerlo. A menudo he hecho comentarios a mis padres sobre este lugar, pidiéndoles que volviéramos, y esta Semana Santa lo hicimos, por fin.

Caleao es un pueblo diminuto colgado en un desfiladero al final de una carretera del Concejo de Caso. Para llegar a él, igual que para Gistaín en los Pirineos, es necesario pasar por algunos túneles excavados crudamente en la roca viva, que tienen toda la pinta de quedar tapados por la nieve en invierno. Imagino que el pueblo vivió de la agricultura y el pastoreo de subsistencia, y ahora parece hacerlo del turismo rural, a juzgar por el nuevo bar y pequeños hoteles de montaña que se encuentran ahora en el pueblo. A pesar de las modernizaciones, el pueblo estaba más o menos como lo recordaba. Y la montaña, exactamente igual.

Enfrente de Caleao empieza el camino de los Arrudos, que es bastante famoso y es lo que podríamos denominar un sendero "comercial": ancho, cementado en gran parte, con carteles explicativos y barandillas sobre el río. Nosotros no hicimos esa ruta, sino la PR-AS-124, que es más exigente, y por tanto, menos transitada. Sube por el valle de Xulió, asciende por la ladera de Cabeza de Arco hasta llegar a un collado entre esta y el Retriñón, y luego baja por la ladera del otro lado hasta desembocar en el Desfiladero de los Arrudos. Son unos 14 km si no se sube a Cabeza de Arco, y unos 16 si así se hace.
La ruta la acometimos los cuatro Gafu, Iris, y mi prima Camino y su novio Álex. Camino es geóloga y muy montañera, y Álex es bombero y un armario empotrao, así que son muy buenos compañeros de caminata. Salimos alegremente y con un tiempo excelente del pueblo, subiendo por el falso llano rodeado de hayas que es el valle de Xulió. Antes de salir del hayedo nos perdimos varias veces, yendo un rato por el cauce del río, y escogiendo un camino equivocado en otra ocasión. El camino está marcado, pero en muchas ocasiones faltan indicaciones, o son ambiguas. Pero en cuestión de hora y tres cuartos salimos a un ensanchamiento del valle, con unas cuantas chozas para pastores o ganado, con el prao encharcado y un sol increíble. Hasta ahí, solamente nos cruzamos con un paisano que iba a tope, subiendo por la parte difícil de la ladera.

subiendo el valle de Xulió
 En esta parte, quizá porque este año ha habido desplazamientos del terreno debido a la nieve y las tormentas, el camino estaba muy complicado de seguir y nos volvimos a perder, hasta que Álex, que llevaba un GPS, se dio cuenta y propuso bajar hasta el río otra vez por una bajada un tanto accidentada. Si lo hubiera propuesto otro, igual habríamos retrocedido para encontrar el camino bueno, pero si esto te lo dice un bombero, la verdad es que te quedas más tranquilo, así que hicímoslo.

La subida de esta vega al collado fue, sin duda, la parte más dura, y nos llevó otra hora. Os aseguro que el esfuerzo merece la pena. Iris se quedó boquiabierta al ver las vistas, y yo sentí ese regocijo que te embarga cuando vuelves a ver a alguien o algo que hace años que no ves, y es exactamente igual que como recordabas, y ese pequeño temor que te rondaba la cabeza se disipa, y se te olvidan las preocupaciones de repente.

la comitiva en el collado. Al fondo, el pico Retriñón
 Allí nos paramos para comer, salvo Álex y Camino que se animaron a remontar Cabeza de Arco. Los demás consideramos que la subida iba a ser demasiado exigente, pero mi padre, Iris y yo sí que ascendimos a unas pequeñas lomas sobre el collado. Luego comimos nuestros bocadillos de la abuela (de carne mechada), o nuestras ensaladas sin gluten, cada uno lo suyo, y echamos una pequeña siesta al sol del mediodía, por supuesto sin dejar de sacarnos unos obligados selfis. En este collado sí que nos encontramos con tres o cuatro parejas de montañeros, pero en general teníamos la montaña para nosotros.

Después de folgar, comenzamos el descenso hacia los Arrudos. Camino, que como ya he dicho, es geóloga, y mi madre, que es bióloga pero ha dado Geología en el instituto durante treinta y cinco años, iban indicándonos los numerosos ejemplos de estratos del suelo, diferentes composiciones geológicas del terreno, y dando una clase práctica en general. La verdad es que la zona es perfecta para este tipo de menesteres; por la noche, Camino me mandó un mapa geológico del área y es un sueño para cualquier geólogo.

Iban las dos como locas señalando piedras
 Esta bajada es más complicada de lo que parece en un primer momento, y nos llevó un buen rato. En la ocasión anterior en que hicimos la ruta, nos había pillado la lluvia bajando, y tuvimos que cobijarnos en uno de esos refugios de pastores, que estaba abarrotado de senderistas que habían tenido la misma idea. Sin embargo, esta vez, la hierba hasta amarilleaba de lo seco que estaba todo, a pesar de una cascada que se oía desde bien lejos y con cuya agua, más abajo, llené mi cantimplora (por cierto, que estaba exquisita).

Tras algo menos de una hora, llegamos a los Arrudos y su sendero amplio, y desde ahí fue un paseo sencillo hasta Caleao, con más gente pero tampoco mucha. Y esta ruta también es espectacular a la vista, y es muy recomendable para un grupo al que le imponga la versión que hicimos nosotros. Me quedé con ganas de volver a ver un descenso alternativo que habíamos hecho la otra vez: un estrecho sendero alfombrado con hojas de haya, empinado y encantador. Sin embargo, nada empañó un maravilloso día de montaña, en un paraje espectacular, con una compañía inmejorable y un tiempo ideal.

- Un arbol. - Un árbol. - No, un arbol
Ni siquiera las siete garrapatas que me descubrí el domingo. Claro, echando la siesta entre bosta de vaca, qué esperábamos.

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