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miércoles, 9 de enero de 2013

India (5, Jodhpur)

Ha pasado una cantidad absurda de tiempo, lo suficiente para que hiciera un año de mi viaje a la India con mi hermana. Pero más vale tarde que nunca, ¿no?

El día que os contaba acabó con los hermanos Garabatos en un tren Ahmedabad-Jodhpur. Esta última ciudad, de tan sólo 300.000 habitantes, está situada en la región de Rajastán, que es bastante desértica y famosa por sus fortalezas (de los rajás, se conoce). Iris no vino con nosotros porque tenía una semana pletórica de trabajo. El tren era nocturno, nos valió ocho euros de nada y se dormía en literas de las cuales el compartimento tenía seis, ocupadas, además de por nosotros, por indios que se tiraron miles de pedos sonoros.

Llegamos a Jodhpur al alba, y en el sucio caos que era la calle de la estación acordamos con el conductor de un rickshaw un precio para que nos llevara al centro de la ciudad, concretamente a un restaurante recomendado por la Lonely Planet sito en lo alto de una azotea. Las vistas eran éstas:

el fuerte de Mehrangarth al amanecer
Pedimos el desayuno continental, que resultó ser bastante malo (mermeladas industriales, pan malo, etc) pero por lo menos no nos morimos de picor. Estuvimos un buen rato, prácticamente solos, tomando fotos Constanza y dibujando el fuerte yo.

Cogimos una habitación en un hotel de los alrededores, en el cual nos atendió un muchacho de unos doce años que apenas hablaba inglés. La puerta se cerraba no con llave sino con un candado, lo que al parecer es costumbre bastante extendida.

Ya serían cerca de las 9 cuando nos dirigimos a la plaza del Reloj, que es donde está el mercado en este sitio. Por el camino unos cuantos niños nos pidieron foto, por supuesto, aunque en este caso un zagal sí que nos intentó sablar unas rupias por sus royalties. También vimos un carro tirado por un camello, unas cuantas vacas a su aire y la curiosa señalización bicolor que hacía las veces de límite entre la calzada y la acera (inexistente).



Jodhpur se notaba mucho más acostumbrada al turismo que Ahmedabad, y fuimos acosados por vendedores que intentaban que compráramos sus productos, que por supuesto eran mejores que los del resto de la ciudad. Sin embargo, si la memoria no me falla, lo primero que hicimos fue subir hasta el fuerte de Mehrangarth, conviniendo con el taxista (o sea el conductor de rickshaw) en que nos esperaría en el aparcamiento hasta que terminásemos la visita (y el tío, con tal de ganarse sus rupias, se pasó allí las dos horas o así que estuvimos en ello).
desde el fuerte se ve esta "ciudad azul," consecuencia de una pintura antimosquitos de hace algunos siglos, que sale en la última peli de Batman. Si vierais qué sorpresa me llevé en el cine...
El fuerte era bastante interesante, aunque para hacer fotos necesitabas comprar un permiso que valía más que la entrada normal, con lo que decidimos echarle morro y hacer las fotos destrangis. Ahora me arrepiento, porque tenían bastante vigilancia y merecía bastante la pena el asunto, pero en fin. A un grupo de músicos vestidos con turbantes les saqué un boceto cuando comenzábamos la visita, y cuando ya nos íbamos volvimos a pasar delante de ellos. Pues ni corto ni perezoso, viene uno y me dice que le enseñe el dibujo que les había hecho, cosa que hice gustoso, y me dijo sus nombres para que los apuntara al lado.
Total que visitamos el fuerte en cuestión, dibujé bastante y luego el taxista, haciendo las veces de guía, nos llevó al mausoleo de los maharajás de Jodhpur, que está en la misma colina. El edificio era bastante bonito; para acceder a él había que descalzarse y quemarse los pies en las baldosas, que menos mal que eran blancas. En este sitio había mucho turista indio con pasta, y algún occidental solitario. En el paseíllo de acceso, un hombre vendía sitars artesanales.






A todo esto eran las dos o tres de la tarde y pegaba un solazo como si fuera Madrid en agosto, pero con más humedad. Sin embargo, no paramos a comer ya que el plan era valernos de nuestro abundante (si bien soso) desayuno y alargar la hora de comer hasta casi la de cenar.

Después del santuario fuimos a un palacio construido en el siglo XX, cuando los maharajás ya eran súbditos del Imperio Británico, pero aún eran caciques locales y exprimían a su pueblo para disfrutar de todo tipo de lujos. Este palacio quedaba bastante a desmano, y la verdad es que fue una gran idea fiarnos del conductor en cuestión, con el cual habíamos pactado antes el precio del trayecto del fuerte al palacio y de éste al centro urbano. La verdad es que no tenía mucho interés antropológico, puesto que los ricos de 1920 tenían gustos bastante parecidos en India y el Reino Unido. Desde luego, era grandioso, pero no tan apasionante como el caos de la ciudad en sí.

Nuestro guía, después de asegurarse de que comprásemos el billete de autobús para Udaipur (nuestro destino del día siguiente) en un sitio "de confianza" (donde, en confianza, nos clavaron), nos llevó a la tienda de especias "de su hermano", el cual no sólo era claramente musulmán, en contraste con el hinduismo del taxista, sino que no le hizo ni caso, ni lo saludó ni nada. Lo más raro es que después, el tipo este de las especias nos mandó a otra tienda, en este caso de textiles (que al parecer son muy famosos en Jodhpur), que era de otro familiar suyo... hindú.

el moro de las especias me recuerda a Juancho
Si aún no os ha explotado el cerebro os explicaré que existe el hábito entre el sector turístico del país de rularse los clientes como si fueran cigarrillos, con el fin de llevarse comisión. El tío que recibe a los clientes les cobra un poquillo más y se reparte el extra con el que los trae. La gracia es que no tienen que conocerse entre sí, ni nada. No te llevan a un sitio que conozcan, o uno de buena fama. Te llevan a un sitio prácticamente al azar y por eso se llevan comisión.

Otro día ya seguiré con más historias, y menos densidad de fotos.

3 comentarios:

  1. http://www.esfacil.eu/es/verbos/conjugacion/880-convenir.html

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  2. He de apuntar que te has olvidade de algo, normal que te olvidases porque no eras la mujer del viaje. En el tren no había prácticamente mujeres y a parte de dar por hecho que ambos hermanos eran obviamente marido y mujer, a la occidental de tu hermana la violaban con la mirada hasta hacerla sentir incómoda, sin embargo era soportable. La situanción realmente incómoda fue cuando el marido-hermano en el templo del majarajá se alejó un poco mientras la hermana-mujeroccidental hacía unas fotos y cuando se quiso dar cuenta cinco indios-turistas la rodeaban, mal trago pero sin peligro. Me alejé de ellos y fui lo más borde posible, pero eso no evitó que me pidiesen una foto. Cual fue mi sorpresa cuando en el templo ya no fueron hindios-turistas claramente inluenciados por las feromonas de la mujeroccidental, sino familias bien situadas pidiéndome que me hiciese una foto con su mujer e hijos. Cuando bajamos al pueblo el limite del respeto fue ultrapasado y ya directamente tocaban las carnes (poco)descubiertas de la hermana.

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