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martes, 15 de enero de 2013

Monopoly

El martes antes de volver a Vigo por Navidad pasé la velada en casa de Cazcarra y John Wayne (y Feliciano y Bolsón y Fran), con Diego y Artista (El Que Te Visita). Y hete aquí que en esta casa tienen un Monopoly de los años 70, que supongo que será del casero. Está en inglés y las calles que salen son de Atlantic City, Nueva Jersey, de donde es originario el juego.


Así que jugamos un par de partidas. En la primera, el afán de intercambio de calles para poder construir (puesto que no se puede edificar hasta que se controlen todas las calles de un mismo color) acabó con John reventando la partida en un abrir y cerrar de ojos. Y eso que no las tenía todas consigo.



Joooohn, que no sabe' lo que hace'!
Así que jugamos una segunda, con la premisa de no cambiarnos calles hasta que fuera imprescindible (por ejemplo, por tener que pagar una deuda). Esta partida fue considerablemente más interesante. John y Jaime construyeron unos hermosos emporios, Feliciano intentaba montar la zona cara (The Boardwalk, por cierto) y yo probé la estrategia alternativa de controlar las estaciones. Para los que no lo sepáis, controlar las cuatro estaciones produce el cuádruple de dinero que controlar sólo una, en caso de que alguien caiga en cualquiera de ellas. Además, no es necesario construir nada. Sin embargo, tampoco es una opción de futuro realista porque se gana mucho menos dinero que con una calle con todos los hoteles construidos; es más una ayuda para intentar ganar.

Claro que ese día tuve la suerte de mi vida y Feliciano cayó en las cuatro estaciones en dos turnos consecutivos. Sí, en dos turnos; al sacar un doble con los dados se vuelve a tirar. El resto de jugadores también estaban empeñados en coger el tren. Y por si fuera poco, esquivé constantemente la calle de la muerte en que Artista y John tenían construido todo. El 100% de las casas en el 100% de las calles. Entre ir a la cárcel, saltar de estación en estación y caer en las casillas de suerte (ganando dinero, encima) alargué la partida considerablemente. Si hubiera conseguido comprar la única calle que me faltaba para construir en el amarillo... Pero no, no cayó nadie en toda la partida y mi emporio ferroviario fue incapaz de aguantar ante los magnates del ladrillo. Eso sí, llegué a los 3500 dólares en mi punto culminante.

Esperanza Aguirre, me llamaron

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