Cuando tenía diecisiete o dieciocho años, en clase de filosofía de segundo de Bachillerato, descubrí a Immanuel Kant. Prácticamente todo lo que sé de filosofía se lo debo a ese maravilloso profesor, Jorge Pérez Yagüe, un auténtico sabio que podía explicarnos la teoría de la Relatividad o la teología de San Agustín indistintamente. Años después intenté leer la Crítica de la Razón Práctica, en dos ocasiones. La primera vez no pasé de las primeras páginas; la segunda aguanté cien páginas antes de sucumbir ante la horda de oraciones subordinadas, no sin antes comprobar por mí mismo la extraordinaria profundidad de las tesis. Por tanto, en todo lo que sigue, sabed que he leído las fuentes, pero me fundamento en las enseñanzas de mi profesor.
El pensamiento de Kant tiene dos puntos principales: la deconstrucción del funcionamiento de nuestro pensamiento (la razón pura) y la aplicación de nuestro pensamiento de manera práctica (la razón práctica); la segunda de ellas se considera la moral kantiana y es de la que quiero hablar.
La razón práctica, discutida de modo impecablemente pedante en la crítica del mismo nombre, se puede resumir en un "imperativo categórico" expresado de dos modos equivalentes; uno de los cuales reza así:
Actúa siempre de modo que tomes a la humanidad, tanto en otros como en ti mismo, como fin y no como mero medio.
La otra enunciación del imperativo categórico es algo más compleja, pero viene a decir "trata a los demás como quieres que te traten a ti", con el corolario "no seas capullo y finjas que crees que esta cosa loca que solamente te gusta a ti les va a gustar a los demás". En fin, creo que la idea está clara. Lo interesante del pensamiento kantiano es que esta regla moral no está supeditada a un fin. Es decir, no es una llave con la que acceder a un premio, ni un consejo para triunfar en la vida. Es, simplemente, lo que Kant considera que es la mayor expresión posible de libertad de un ser inteligente; la única manera en la que se puede actuar si uno sigue un proceso lógico. Es, por tanto, una conclusión lógica basada en la razón, es decir, una verdad. A no ser que podáis encontrar fallos en la lógica de Kant (buena suerte en esa labor).
En mi (admitámoslo, corta) vida laboral me he encontrado con numerosos ingenieros e ingenieras ideológicamente agnósticos. Que consideran que todos los políticos son iguales, y el ejercicio de la política, estéril. Que piensan que los problemas de los países se resuelven con tecnócratas que trabajen duro (muchos ingenieros en España piensan que trabajar muchas horas es sinónimo hacer bien su trabajo) y con fríos conocimientos técnicos. Que desprecian las humanidades: la historia, la filosofía, la lengua y la literatura; aunque abrazan la seudociencia social de la Economía mediante el sempiterno MBA. Que no leen nada que no sea un manual, porque consideran que es una pérdida de tiempo.
Curiosamente, muchos, si no todos, estos ingenieros e ingenieras, han pasado por un proceso educativo extremadamente estricto (yo mismo he estado en exámenes con 66 % de suspensos, la mitad de los cuales eran ceros); la mayoría de ellos han estado un par de años más en la carrera de lo que esperaban cuando la empezaron. Y ese proceso toma mentes ya de por sí bien formadas y las educa en el rigor hasta el punto de la neurosis, en materias extraordinariamente complejas para cuya superación no es suficiente con hacerse una idea general. Es llamativo que este viaje deje a los egresados libres de todo espíritu crítico en el contexto moral y de humanidades, salvo el bagaje que cada uno tuviera cuando comenzó la carrera.
La gran mayoría de ingenieros e ingenieras que conozco es perfectamente capaz, desde el punto de vista intelectual, de entender a Kant (o, al menos, de entender el mensaje, explicado por un profesor de filosofía). También es capaz de discutir sus conclusiones y la aplicación práctica de su imperativo categórico. Y sin embargo, a menudo, este colectivo desdeña las consideraciones éticas por considerarlas poco prácticas o incluso irrelevantes. Y personalmente, sospecho que tiene mucho que ver con el pensamiento neoliberal, a cuyos proponentes no les interesa que la ética se interponga en el camino al dinero. Al patrón no le interesa que sus trabajadores cualificados piensen demasiado en la ética de sus actos, sino que produzcan ese trabajo puramente técnico y tremendamente lucrativo. Sobre todo para quien extrae la plusvalía: el precio de la hora de ingeniería tiene una distribución asimétrica respecto al aporte de valor.
Mi mensaje a mis compañeros de fatigas en el campo de la ingeniería es el siguiente: sois parte de la intelligentsia. Las humanidades, y en particular la ética, son campos que os esperan con los brazos abiertos, si los tratáis con el mismo respeto que al Álgebra de primero de carrera. Y, del mismo modo que parecía que eso de las matrices no iba a ningún lado, pero luego resulta que todo en ingeniería es invertir matrices de autovalores de 30 x 30, creo que concordaréis conmigo en que, en la vida, todo es aplicar el imperativo categórico de Kant. Es vuestra responsabilidad como individuos pensantes, y realmente es el pleno ejercicio de vuestra libertad individual, el actuar de modo que toméis a la humanidad, tanto en otros como en vosotros mismos, siempre como fin y nunca como mero medio.