En mi barrio hay muchos ancianos. Incluso hay una residencia de la tercera edad. Algunos de estos paisanos son bastante activos, y hay uno en particular en que me empecé a fijar el año pasado por lo peculiar.
Se trata de un señor de unos 75 u 80 años, con el pelo totalmente blanco, gafas, gorra de señor y pantalones de pana que sale a correr. Sale a correr tal cual os lo he descrito, con los pantalones de pana e incluso chaqueta de abuelo. Va a una velocidad muy moderada, por supuesto; alguna vez lo he adelantado caminando. Pero el señor trota, no es que camine rápido.
Cuál no sería mi sorpresa esta mañana cuando al ir a coger el metro, me encuentro a este caballero (cuyo nombre me gusta pensar que ha de tener una resonancia arcaica, como Telesforo o Casimiro) dando vueltas a su típico ritmo delante de los tornos. Su chaqueta, que no necesitaba por la superior temperatura del ambiente (lo que es de suponer era su razón para haber escogido tal, asaz extraña, pista de carreras), pendía de un cartelón de los de "¡Ojo, mojado!". Fabriciano, o tal vez Nicomedes, impertérrito ante el flujo de incrédulos pasajeros, realizaba así su ejercicio diario.
Poesía, este señor.
Se trata de un señor de unos 75 u 80 años, con el pelo totalmente blanco, gafas, gorra de señor y pantalones de pana que sale a correr. Sale a correr tal cual os lo he descrito, con los pantalones de pana e incluso chaqueta de abuelo. Va a una velocidad muy moderada, por supuesto; alguna vez lo he adelantado caminando. Pero el señor trota, no es que camine rápido.
Cuál no sería mi sorpresa esta mañana cuando al ir a coger el metro, me encuentro a este caballero (cuyo nombre me gusta pensar que ha de tener una resonancia arcaica, como Telesforo o Casimiro) dando vueltas a su típico ritmo delante de los tornos. Su chaqueta, que no necesitaba por la superior temperatura del ambiente (lo que es de suponer era su razón para haber escogido tal, asaz extraña, pista de carreras), pendía de un cartelón de los de "¡Ojo, mojado!". Fabriciano, o tal vez Nicomedes, impertérrito ante el flujo de incrédulos pasajeros, realizaba así su ejercicio diario.
Poesía, este señor.
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