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domingo, 14 de julio de 2013

Limens, el barco de Cangas y el camino del agua

Hoy decidí que, puesto que Iris tenía plan familiar y mis amigos estaban más o menos liados, debía plantearme un día interesante o correr el riesgo de quedarme apalancado todo el domingo. Así que como además hacía bastante bueno, de hecho el mejor día desde que llegué, me propuse hacer una visita a mis tíos Cris y Javier a su casa de Limens.

Limens es un pueblo al otro lado de la Ría, a escasos kilómetros de Cangas. Por tanto, decidí cogerme el barco de Naviera Mar de Ons que sale del paseo náutico hacia este último pueblo (cosa poco menos que imprescindible si no dispones de coche) y llevar la bicicleta de mi padre para hacer el resto del trayecto.

no sé cómo se llama la bici de mi padre, lo siento. Por ahora digamos Engracia
El trayecto fue de media hora escasa, y después me dirigí hacia Limens por la carretera de Aldán, lo cual probó ser durísimo. Se conoce que Margaret es mucho más ligera que la mountain-bike de mi padre, y no sólo hablo del cuadro. Me costaba horrores poner a girar esas ruedotas, y no me resultó fácil llegar a mi destino. Al menos no tanto como me esperaba después de un año en que he cogido más la bici que cualquier otro medio de transporte...

la casa es de alquiler y tiene hórreo auténtico
El caso es que a las cuatro estaba en Limens, y mis tíos, Elena, Ana y Amparo (dos de sus hijas y la madre de Javier) estaban preparándose para comer rape a la gallega. Me invitaron, cómo no, así que a pesar de mi intento de brunch a mediodía acabé hinchándome a rape y a empanada gallega (en serio, no sabéis lo que os perdéis) en buena compañía.

Con posterioridad al ágape me fui solo a la playa. Bajé solo porque mis tíos y Amparo se echaban la siesta y mis primas se iban con sus amigas, pero yo no podía esperar más para disfrutar del verano como mandan los cánones: con sol y agua salada.




La playa de Limens es bastante amplia y concurrida, aunque no tanto como las playas comerciales del sur de Vigo. Normalmente el agua está helada (más de lo normal en esta zona), pero hoy presentaba una temperatura excelente, y estaba muy clara, eso sí bastante frecuente. Yo me coloqué en las rocas desde las que saqué esta foto, porque me agobio entre el mogollón, y aunque no era exagerado, pudiendo estar cómodo solo lo prefiero. Una hueste de críos se dedicaba a jugar por aquí y allá, pegando gritos, pescando cangrejos o exigiendo a sus padres que les contaran cuentos (hoy oí El de La Pantera Kabul y una versión libre de Pulgarcito). No hacía solazo, y tampoco estuve mucho tiempo (unos noventa minutos), así que no me puse moreno. Pero sí me vino genial el mar.

Después entró la niebla y empezó a caer la tarde, así que previa merienda y muda de ropa en casa de mis tíos, me despedí de ellos y me cogí a Engracia. Cris me recomendó el Camino del Agua, una ruta que va hasta Cangas por la orilla del mar. Por ella me encaminé, y tardé unos cuarenta minutos en llegar al puerto. Le subí el sillín a la bici y me resultó más cómodo pedalear, pero en algunos tramos el Camino era puro balasto y tuve que echar pie a tierra. Eso sí, en este caso agradecí sobremanera las enormes ruedas de la bicicleta. Llego a ir con la bici de carretera y rompo la rueda o algún hueso.


Como veis ya había entrado bien la niebla y no se veía la otra orilla. Hubo un momento en que me puse nervioso por la hora, pensando que igual no llegaba al barco de las 9, pero mi preocupación fue vana, porque aún hube de esperar en el peirao a que aquel llegara. Luego, un viaje un poco más largo que el de ida, por la bruma, supongo. Estuve la mayor parte del trayecto en el puente, disfrutando del viento del mar, ¡qué gusto, después de tanto tiempo! Un sprint a casa por la calle Arenal, una pelea con el ascensor y una ducha fresca para quitarme el salitre.

Y luego, un poquito de Aretha Franklin y una Estrella de Galicia para traeros esta entrada.


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