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lunes, 6 de enero de 2014

Qué mejor metáfora de la madurez que levantarse temprano. Yo mismo tiendo a dormir hasta tarde si puedo, perdiendo la mañana en el proceso. Pero como mínimo aprecio ya la vitalidad que proporciona salir de la cama con la primera luz, desayunar, realizar múltiples actividades y encarar el mediodía habiendo aprovechado el tiempo y teniendo todavía mucho por delante. Poder recuperarse mediante una corta siesta y seguir afanándose en llenar la vida de experiencias y a uno mismo de habilidades y conocimientos. Qué infantil, sin embargo, babar la almohada hasta las doce, comiéndote la vida a bocados, sin sutileza ni sabiduría. Qué propia de joven inmortal es la satisfacción bruta del descansar a pierna suelta. Y sin embargo, cada vez siento más que el descanso no es cuantitativo sino cualitativo, y que me siento mejor durmiendo tras haber tenido un día completo y exhaustivo que habiendo dormido trece horas después de una juerga.

Me he encontrado ya tres canas, por ahora.

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