Páginas

jueves, 13 de septiembre de 2012

Viviendo en Malasaña

Vivo en Malasaña, me empiezo a dar cuenta.

Para los que no lo sepáis, el barrio de Malasaña es uno encuadrado más o menos por la calles de Manuela Malasaña, Hortaleza, San Bernardo y Gran Vía, en el que se encuentran multitud de bares, pubs y discotecas. En general el ambiente es alternativo y jipi, pero también está aquí (al lado de mi casa, de hecho)  la discoteca ultrapija Pachá, por ejemplo.

Yo conocía este barrio sobre todo de noche, por aquello de salir, y apenas de día. Sobre todo por la mañana es cuando es más diferente, porque solo se encuentran en el los residentes (si bien estos van desde la presidente de la Comunidad a estudiantes de Erasmus, pasando por castellanos viejos, inmigrantes que trabajan en los locales de comida rápida, yuppies y vuestro servidor), haciendo la compra u otros menesteres menos espectaculares que trasnochar. Realmente, la zona tiene de todo, con el Mercado Barceló a tiro de piedra de mi piso, tiendas de ropa a patadas, farmacias, un MRW...

El lunes, después de mi examen, me fui con Iris a comprarme unos vaqueros y unos calzoncillos al Springfield de la plaza de Bilbao. Nos atendieron un chico joven afectado y que debía estar emasculado (porque decía que a él le iba bien la talla S y a mí la M me aprieta el paquete) y una choni muy maja que nos explicaba todo como si fuéramos subnormales: hablando muy alto y repitiéndose constantemente. En fin, a lo que iba es a que tras la compra (que fue satisfactoriamente rápida, aunque Iris me dijo "¿Ya?") nos tomamos  un helado en Kalua, o algo así, un poco más allá, en Fuencarral. El cucurucho pequeño era de 3 euros, y ese fue el que pedí. Me cercioré de que tenía derecho a dos sabores, elegí Piñones (porque nunca lo había probado) y Turrón (porque me entró pánico y me salió mi sabor default) y me quedé a cuadros viendo a la mujer afanándose en llenar COMPLETAMENTE el cucurucho con la primera bola (la de piñones). A continuación, por encima de aquella, colocó un cono de turrón que le costó mucho mantener en pie, de lo grande que era.

con "pequeño" se refieren a "grande"

Iris se lo pidió de Maracuyá y Yogur De Frutas Del Bosque. Estaban deliciosos, y sinceramente creo que podrían empezar a venderlos a la mitad de tamaño y precio, porque yo sería un gran cliente.

Más adelante ese día, con Iris ya en su piso, instalándose, salí con mis compañeros a tomar algo. Fuimos a la Blanca Paloma, lugar que ellos ya conocían, y de nuevo se nos impuso un precio mínimo alto: la caña más pequeña era de 4 euros.

arriba: Adriano, María y Raúl con sus respectivas cañas mínimas
Como se puede apreciar, junto con la cerveza (o en mi caso, la tónica) nos sirvieron dos platos de salmorejo, uno de pisto y un huevo frito (por cabeza) con pimentón. No obstante, la cerveza estaba congelada, cosa que hace mucho la gente del sur (de más al sur que eso. De Cuba y tal) y que es un poco una mierda. Pero bueno, la comida estaba muy rica, y ya con eso cenamos. Luego estuvimos un rato en la plaza de San Ildefonso con unas latas compradas a los vendedores ambulantes*, charlando hasta las once y media o así. Lunes y todo, había un ambientazo en la plaza que no os lo creéis.

Y eso. Vivo en Malasaña. Incluso llego rápidamente a la escuela en bici.



* por las noches, en los barrios céntricos de Madrid, proliferan los vendedores de cerveza ambulantes. Son sobre todo chinos, si bien el lobby bangladesí está tomando fuerza últimamente. Beber en la calle es ilegal en Madrid, porque el mundo es idiota, y creo que vender alcohol también; esto no impide que "cogernos unas latas de los chinos" sea un plan viable cuando no te pones de acuerdo acerca del devenir de la noche.

1 comentario:

  1. Jajajaja... pues a ver cuándo te veo, que yo voy mucho a Madrid últimamente, y la otra noche salí por tu nuevo barrio...

    ResponderEliminar